Venezolanos en lugares remotos, hasta debajo de las piedras

Notes

Venezolanos, lugares remotos, hasta debajo, las piedras

La emigración es la primera opción que barajan los venezolanos en estos tiempos convulsos. Muchos ya se fueron ―años antes de este gran desbarajuste y de la represión en las calles por protestar— a destinos remotos. A veces estar aislado es más agradable. Otras, el retiro solo magnifica las bondades de la denominación de origen y exacerba la nostalgia por el terruño. Estas son historias de algunos expatriados en destinos inusuales

Una mayoría de venezolanos, desde que comenzó la diáspora incontenible, ha seguido el patrón de emigrar hacia los mismos países. Estados Unidos, Canadá, Australia, España, Portugal, Chile, Argentina, Panamá, y Colombia figuran entre los más seleccionados. Últimamente, hace unos 5 años, Ecuador, Perú y hasta la vecina isla de Trinidad lucen como acogedores refugios o como trampolín para redirigir porvenires hacia otros destinos más prometedores.

Pero como todo, hay otras selecciones, otros emigrantes más exóticos y entre los dos centenares de países del globo, otros domicilios posibles. Muchos han huido de país y sus calamidades, y otros simplemente siguen la ruta que ofrece una beca o una promesa laboral. Los más apasionados, solo siguen las coordenadas del amor, y reman al viento.

Para este trabajo se conversó con seis compatriotas que viven bastante alejados de comunidades, asociaciones, hogares o clubes de paisanos. Aquí sus historias.

Renacer marroquí

Para Alexander Apóstol, artista y fotógrafo, “Marruecos fue toda una sorpresa”. Luego de más de 15 años viviendo en Madrid, inició su mudanza a Casa —como llaman los marroquíes a Casablanca—, el centro económico y ciudad comercial de Marruecos. “Samir, mi chico, nació aquí, hace un año compró una casa y llevamos ese mismo tiempo yendo y viniendo, arreglándola, quedándonos aquí y esperando a que esté lista.”

El embrujo que Casablanca ejerce sobre él pone en evidencia el poco caso que hace de la falta de coterráneos y va hacia otras reminiscencias: “la presencia de Yves Saint Laurent en Marruecos es muy fuerte”. No obstante, Casa le recuerda mucho a Caracas, y agrega: “también tiene visos de La Habana y Río de Janeiro. Tiene un saborcito chungo de Sabana Grande que me encanta. Hay cafecitos llenos de hombres haciendo algo”. Afirma que probablemente una mitad de esos hombres coquetea entre ellos y otra, “ve gente pasar”. El hecho es que las mujeres no se sientan en esos cafetines. “En cierto modo, la ciudad es muy homoerótica, no tanto como lo fue Tánger para aquellos escritores beat. Pero es que aquí, con la mujer tan invisibilizada, esos son espacios para hombres, hombres de mirada turbia. No sabes bien cómo leerlos”.

Y sigue contando de su hechizo, “no es gratuito que haya sido escenario para esa película tan famosa. Incluso hay un cine que la proyecta siempre”, remata.

Alexander aún no se ha encontrado con el primer venezolano allí. Samir confiesa que tampoco. Está casi seguro de que si hay, no hay más de diez. El número debería ser mayor en Rabat por estar allí la embajada. Revela que por razones sentimentales, y a gusto, es su domicilio actual. Se ve un buen tiempo allí. “Cada ciudad es una historia y por ahora, esta es una historia muy atractiva para mí”.

Mientras tanto, en India…

En Gurgaon- Haryana, una ciudad satelital al sur de Nueva Delhi, Alex Montesinos despierta cuando en Venezuela comienzan a empijamarse. Lleva cuatro años viviendo allí. Asegura que “fuera de Delhi, por aquí en mi zona, somos seis venezolanos, incluyéndome y excluyendo a funcionarios de la embajada”. También ofrece la respuesta a la curiosidad del nombre: “Gur es jaggry —papelón—, gaon es village”, así pues se deduce que es “el pueblo del papelón”. “Aunque el año pasado le cambiaron el nombre a Gurugram-Haryana”, apunta y sigue: “y el otro día fui a una cervecería y tenían ‘jaggry  beer’, cerveza de papelón, es que es parte de la dieta local”.

Se mudó allí por trabajo. “Yo trabajaba con Xpedia en Londres y me propusieron venir para desarrollar el área de Recursos Humanos en una oficina nueva aquí. Y me vine con mi esposo”, quien es oriundo de Bangalore. Al principio no conocía a nadie porque, “con tanto tiempo afuera te acostumbras a conocer a gente muy diversa; solo encontré venezolanos hace seis meses”.

Según Alex, “el indio de a pie no tiene ni idea de Venezuela, la única idea que tienen está relacionada con Chávez o las misses”.

Acerca de estar sola, cuenta: “Aquí salir sola es raro, te miran mucho, tanto, que salía con la muchacha que limpiaba mi casa. Hace unas noches me fui a bailar con unas amigas españolas y se nos pegaron unas indias en la salida”. Aparte de la novedad que supuso para las nativas ver a un grupo de extranjeras bailando sin compañía masculina y a placer, Alex detectó, dentro de la ingenuidad de las indias, un flirteo poco contenido.

Superdotado en Siberia

En Akademgorodok, Novosibirsk, que significa Nueva Ciudad de Siberia, vive Jorge Chacón desde el 2015. De San Cristóbal. Tiene 26 años. Un prodigio, aunque su discreción y pocas palabras lo oculten. Se convirtió en bachiller a los 12 años en un instituto para estudiantes con altas capacidades en Colombia y en el graduado más joven venezolano y del país hermano. Actualmente estudia una maestría en Economía Petrolera en la Universidad Estatal de Novosibirsk.

Pensó en Moscú o San Petersburgo como destino, “y fue la oportunidad”, dice. Le ofrecieron una beca completa para estudiar allí y por eso Novosibirsk, pero “habría ido a cualquier otro país con buenas universidades que me hubiese becado”.

Y disfruta de la soledad, aunque confiesa que allí “es más de la que me gusta.” No extraña muchas cosas del venezolano y recuerda que le molesta “lo dramáticos que son algunos. Gritan, levantan la voz, aplauden cuando hablan y hacen muchos gestos”. La embajada está en Moscú y debe haber muchos allí, pero en Novosibirsk no ha visto venezolanos y asegura: “solo conozco a dos latinos, aparte de mí”.

Siente que ha cambiado desde que llegó a Siberia. “Soy más directo y corto en mis respuestas y conversaciones. Tampoco me gusta la cantidad enorme de rodeos antes de llegar a un tema. En Venezuela la gente habla y habla y habla”.

Hace un par de meses participó —el único latino en el evento— en el foro internacional “Ártico: Hecho en Rusia”, una plataforma para el desarrollo profesional de jóvenes científicos, quienes “durante una semana trabajan intensamente en la construcción de una propuesta de desarrollo integral para la zona (…)  bajo estricta supervisión y asesoría de eminentes científicos y expertos rusos,” según apunta Jorge en su blog.

Y si bien su exilio reporta y promete éxitos superlativos, recatadamente confiesa haberse adaptado bastante bien, aunque el idioma siga siendo lo más difícil. Y cierra, “más que feliz, te diría que me siento satisfecho de estar acá”.

Sandra, en el paraíso de Roseau

Sandra Vivas, artista plástica y recién estrenada directora de cine, vive en Roseau, Dominica, desde hace nueve años. “Yo tenía muchas ganas de irme de Venezuela. Habíamos hablado de eso, mi esposo y yo”. Pero la decisión se concretó el día de su séptimo aniversario de bodas. “Yo le había pintado un grafitti con tiza, de regalo, en la entrada de la casa y ni lo vio de la rabia… Justo ese día le robaron su otro amor, una moto BMW 1150”, cuenta.

En Dominica viven alrededor de 22 venezolanos registrados. Una cifra simbólica, pues la mitad es parte del personal diplomático o gente que no “hace vida” en la isla. Sandra conoce a siete, incluyendo a sus dos hijos.

De los grifos de su casa sale agua de manantial y hasta tiene una pequeña pileta de aguas termales. Sin embargo tiene presente su aislamiento: “La mayor soledad es que no hay cine ni teatros ni arte, y al principio no tenía con quién conversar. Hay una sola mueblería y un periódico semanal con pocas páginas, pero es hermoso e idílico y no hay problemas de seguridad. Dormíamos con las puertas de la casa abiertas hasta que se metió un raterito y me robó mi monedero en casa”, En este momento de la entrevista, 9 pm, su hija le pide permiso para llevar a pasear al perro. Sandra accede con gran naturalidad.

“Me confunden con dominicana. Se imaginan que Venezuela es una maravilla porque les han dado las casitas de Petrocaribe y petróleo y una fábrica para tostar y moler café. Y aquí no se genera ni la octava parte del café para el tamaño de la fábrica. También les dieron un abatoire, un matadero, y la misma historia… no hay animales para semejante monstruo de matadero”, ese es el concepto que Sandra dice que tienen de los venezolanos. Afortunadamente ella se ha encargado de enderezarlo a punta de performances.

En el 2013, hizo su primer cacerolazo unipersonal frente a la embajada en Roseau. Adhirió latas y cacerolas a su cuerpo e hizo ruido mientras registró la acción con su teléfono. Sensibilizada por las protestas en Venezuela, en el 2014, completó otra acción individual en el malecón de la isla, aprovechando la atención de los turistas, que fue televisada y reseñada en Dominica como un hecho curioso. En “Joropeando ando” ―otro performance— en el 2015, bailó joropo sobre un dibujo de Stalin que borraba al paso firme de la danza.

Aprendió a ver su vida en Roseau de otro modo. “A medida que la situación en Venezuela empeora, estar aquí es una bendición”. Y finaliza: “este lugar para mí es mi Ashram, mi escuela espiritual. Estoy aprendiendo a ser humilde, a tener una mente abierta, a verme sin títulos, desnuda como un ser humano, sin miedo, con libertad, una vida nueva y buena…”.

Por los momentos, su trabajo como artista ha virado y ahora hace cine más que todo. Ha realizado dos cortometrajes: IGNA y PAPPY. Este último, además de fascinante y conmovedor, es acerca de un candidato que se ha lanzado como Primer Ministro de Dominica 30 veces, sin éxito.

Fernando en Tampere, Finlandia

Luego de un flechazo inmediato en Portugal, y tres semanas más tarde, se embarcó en una relación hasta el día de hoy. Y así en 2006, llegaría a Tampere, la segunda ciudad más grande Finlandia. “Allí solo conocía a una sola persona, Jussi”, cuenta Fernando, venezolano y de padres lusos. Habla del frío escandinavo: “Nieve, nieve y más nieve. Lo normal es pasar meses con medias de unos -10 grados y extremos de -25, Fahrenheit”.

Fernando supo que la primera parte de su aventura implicaría un intensivo de finlandés. Así pues que, durante su primer año, se dedicó a la lengua y al voluntariado. Y sigue, “me vi por primera vez y a los 40 años lejos de cualquier venezolano o portugués y lejos del idioma en el que piensas, aunque como tantos, siempre pendiente del interminable drama político local a través de internet”. Sin embargo, afirma no extrañar Venezuela ni sus papeleos —también peloteos— en lo más mínimo: “lo que extraño es la juventud”, y ríe. Jamás se enfrenta a burocracias, pues aunque haya embajada en Helsinki, usa su nacionalidad europea.

Por un tiempo dio clases de español en una escuela de idiomas y dictó un taller de Literatura Contemporánea Latinoamericana en un centro cultural. “Algo serio, sin compromiso académico, para señoras apasionadas por la literatura, con mucho café, torta y cotilleo literario”, desliza. Y pues sintió el exquisito privilegio de pertenecer por un tiempo al excelentísimo sector de educación porque “aquí tiene tanto prestigio ser profesor como doctor o ingeniero, algo que dice mucho de la cultura finlandesa”.

Lleva más de tres años dedicado a la producción audiovisual. “Hice algunos buenos contactos, y en eso ando; en ciertos proyectos tengo que salir, ir a otras ciudades, un poco más movido, pero no demasiado…”, cuenta.

Lo que le gusta de los nórdicos:

  • Tan respetuosos de tu espacio. Sin las complicaciones latinas. Siempre francos y directos. Ejemplo: “Me encanta cómo tocas el furruco, es tan exótico, pero por favor, nunca luego de las 7: 30 pm y por cierto, te volviste a equivocar en la separación del reciclaje…”.
  • No son criticones.
  • La vanidad clasista es considerada del peor gusto.
  • Una sociedad feminista.
  • Una sociedad con un énfasis especial en la educación.
  • La gente lee mucho.

“Viernes es Domingo en Lusail”

Para Nubi León, arquitecto y con cuatro años y medio en Catar, la mayor parte en Doha y desde hace un año en Lusail, “nuestro viernes es domingo aquí, es el día de descanso”. Y aunque eso supone una reestructuración a todo nivel para cualquiera, Nubi lo expresa con la dulzura y serenidad de quien construye desde cero. Solícita en extremo y exquisitamente puntual cumple la cita para ser entrevistada; parece una mujer de otra época, y quizás esa sea la razón de su imperceptible proceso de adaptación, o que simplemente trabaja de sol a sol.

Según Wikipedia, la promesa de Lusail es que será una nueva ciudad-isla del Emirato Catarí y estará situada a 15 km del centro de Doha, la capital (…) tendrá 35 km2 y se prevé que podrá alojar a unos 200.000 habitantes”. O sea, es otra ciudad árabe absolutamente prediseñada.

Cuenta que en la capital sí hay venezolanos, muchos, incluyendo personal diplomático, aunque apunta que últimamente la población criolla se ha reducido bastante. Y ahora en Lusail, sí está ella solita. “De eso estoy segura”, afirma y responde: “¿que cómo es Lusail? Pues tractores y arena y arena, aquí no está ni Dios. Recién la semana pasada pusieron alumbrado público y semáforos”.

Fue valiente y atrevida para participar en un stand up comedy  local, contando un poco sus estrenos y vida en la ciudad. De su experiencia en Doha y Lusail refiere que “ha sido muy enriquecedora personal y profesionalmente y, sobre todo, ha sido de tolerancia, respeto y entendimiento para convivir con culturas tan diversas. Imagínate, soy una mujer trabajando en construcción en un país islámico”.

La morrinha que sienten

Fernando no se ha encontrado al primer venezolano en Tampere  desde el 2006. Ni lo busca ni lo evita, va a lo suyo, y no se siente solo.

Alexander, cuando no trabaja en sus proyectos y exposiciones, es testigo absorto de cafetines y edificios que lo trasladan a Sabana Grande de los 80 y 90 y, allí y así, macera su diminuta morrinha por Caracas.

A Nubi le hace falta“la calidez venezolana, los modales, los sabores de Venezuela y extraño el compañerismo a todo nivel”. También echa de menos la Caracas de los años 80 y de los 90. Y aunque es nativa de La Victoria, y no la traiciona, revela que “Caracas me ha dado todo porque lo tuvo todo”.

Alex, de Gurgaon-Haryana, antes de responder lo que extraña de su país, calla unos segundos e inmediatamente pide: “dame un momento”. Después de la pausa, contiene un mínimo llanto, se disculpa y dice: “extraño a mi familia, mucho”.  Y mientras se recupera, sigue: “mi sentimiento hacia Venezuela ha cambiado mucho por el estado actual de vulnerabilidad, me preocupa y me afecta mucho. No extraño ni playas ni rumba, ya no; extraño no estar al lado de mi familia en este momento tan complicado. También la sensación de pertenencia hacia Venezuela, que nadie te quita. Quisiera poder volver a un ambiente más familiar y no tener un país al que puedas volver… es doloroso y durísimo”.

Fuente El Estímulo

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