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POLifonía gráfica es la exposición con la que la Sala Mendoza rinde homenaje al creador.
Santiago Pol es quien va a contar su historia. La ha armado a partir de sus carteles, de su medio siglo de diseño. De los accidentes y depuraciones que lo han acompañado. Los romances arriesgados, pies afeitados y palomas que en algún momento fueron de la guerra configuran una bitácora de recuerdos que no solo hablan de él, sino de un país que lo leyó y lo vio en las calles.
POLifonía gráfica es la muestra antológica con la que la Sala Mendoza rinde homenaje a este creador. Fue inaugurada el domingo y es una oportunidad para ser seducido por una época sin Photoshop, en la que el afiche se hacía a pulso, con escultura y polaroid.
“Yo estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de París y me tuve que regresar al país por un problema sentimental. El esposo de una amiga no estaba de acuerdo con que yo estuviera con ella. Tuve que venirme más rápido de lo que yo quería porque la amenaza del hombre fue con arma. Para aquel momento yo trabajaba con Víctor Vasarely. En el avión me puse a pensar: qué voy a hacer yo en Venezuela, no puedo meter la coba de que triunfé en Francia. No había hecho nada; ni siquiera hablaba bien francés porque siempre me reunía con latinoamericanos. Me dije, entonces: voy a hacer carteles. Fue una decisión que tomé. Era diciembre de 1967. Y para marzo del año siguiente hice el primero, que es un homenaje a Vasarely. Desde ese momento no he dejado de hacerlos”.
Se refiere a una pieza que anunciaba la Semana del Inciba y sus actividades culturales. Este se encuentra junto a tantos otros en la sala, junto a los que corresponden a su época de objetos imposibles. “Significó un cambio profundo en mi trabajo. Comprendí que si usaba dos elementos diferentes en una misma composición produciría un gran impacto en la percepción que la gente tenía de los símbolos. Un choque semántico fuerte. En uno de los afiches tenía la superficie alargada de un pincel pero termina en un enchufe. Y eso no lo inventé yo, lo tomé del surrealismo”.
La sospecha de la idea. “Un cartel tiene que ser algo que nunca hayas visto. No lo puedes esperar. Un cartel en la calle tiene que ser un grito, un golpe en el ojo. Pero que el hematoma quede en el cerebro. Me di cuenta en el Metro de Caracas de que el tiempo de lectura de un afiche es de tres segundos. Tenía que simplificar la forma de los textos y colores, que fuera contundente el mensaje para que la gente se lo llevara. En esa línea han venido mis trabajos, cada vez más simples. Pero toda síntesis es producto de una extensa labor de depuración. Yo siempre sospecho de la primera idea, digo que esconde el filo de la traición. No es de extrañar que al tener un primer fogonazo de una idea eso ya haya sido hecho. Lo que hago es ponerla en el banquillo de los acusados y voy dialogando como si fuera una persona. Le pregunto por qué así y no de otra manera. Eso me genera una serie de bocetos que suelo hacer en tamaño reducido. Ese proceso llega a veces a ser
masoquista: hacer mil bocetos para un afiche. Luego vienen las demás etapas: la de recopilar informaciones del cliente, la investigación, las confrontaciones, la depuración de la idea y mostrarla”.
Los anónimos. En su trayectoria, Pol no solo ha tocado aspectos sociales, educativos y de salud. No solo hay pop art, como para un cartel de Yordano, o la psicodelia para Sueño de una noche de verano. También hay política. “De los años sesenta hasta los ochenta militaba en la izquierda y hacía afiches clandestinos, sin firmar. Muchos están en la Biblioteca Nacional. Pero después conocí la Alemania Democrática y mi visión cambió totalmente. Me di cuenta de que ese no era el camino. Ahora hago de tipo político, pero con otro tono, otra connotación”.
— ¿Cómo era el mundo del diseño gráfico cuando usted comenzó?
—Éramos privilegiados de tener a diseñadores de la talla de Gerd Leufert y Nedo. Yo no conocí el diseño formalmente, sino como debe conocerse: en la calle. En el uso. En las publicaciones. En el ambiente. Si el desarrollo no era cuantitativamente amplio, cualitativamente era extraordinario. Y sin duda ellos fueron el gran caldo de cultivo que tomamos como punto referencial.
—¿Y cómo lo evalúa actualmente?
— Creo que en lo comercial y publicitario tampoco hoy en día puede uno hablar de excelentes manifestaciones. Pero existen escuelas de diseño, institutos y diversas universidades. Está la cátedra que fundé en la Universidad Experimental de Yaracuy. También existe en Zulia, Mérida, Carabobo, Aragua, Nueva Esparta, por nombrarte algunos. Hoy en día tenemos una oferta de diseñadores y buen diseño a muchos niveles. Venezuela está participando en bienales en el extranjero; se organizan conferencias, talleres. Creo que el panorama es muy halagador. Aunque evidentemente tiene problemas: carece de aprecio y es una labor que debemos seguir haciendo porque el cartel y el libro, que no son piezas editoriales simples sino pequeñas aulas de clase, deben ir educando tanto a las masas como al que sería el primer chicharrón: el cliente. Yo he tenido la oportunidad de darle al diseño una aspiración más elevada, porque siempre ha sido considerado un arte menor, un arte decorativo. Y yo tuve la oportunidad de representar a Venezuela en la Bienal de Venecia. Le da al diseño venezolano una fuerza.
— Y el cartel de alguna manera también cuenta la historia de una sociedad…
— Porque es una síntesis. Tiene que serlo. De una situación, un evento, una persona. En él debe haber una simplificación de las formas. Aunque eso de menos elementos más comunicación no siempre es así: algo complicado puede llegar a cumplir un cometido. Las leyes de los diseñadores están hechas también para sortearlas, solo debes conocerlas.
Fuente El Nacional
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Originally posted 2016-10-13 15:12:43.