Promotores de la naturaleza

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Promotores, naturaleza, Venezuela

Venezuela es uno de los diez países más megadiversos del planeta y territorio fértil para convertirse en potencia agraria y ecoturística. Tres defensores de sus recursos naturales exponen las fortalezas y debilidades de esta tierra, comparten sus historias y sugieren lugares fuera de serie para conocer en vacaciones

La educación ambiental como cruzada

Karen Brewer, naturalista

Un rabipelado se le acurruca contra el suéter. Un insecto gigantesco –del tamaño de un celular– le camina por el cuello y le hace cosquillas con las antenas. Cuando Karen Brewer se topa con cualquier animal, ni el miedo ni el asco figuran en su vocabulario. Ser una de los cinco hijos del explorador Charles Brewer Carías la expuso desde sus primeros años a toda clase de bichos: grandes y pequeños, fotogénicos o intimidantes, inocuos y letales, vivos y muertos. También le dio acceso a viajes y excursiones por toda Venezuela con expertos mundiales en geografía, fauna y botánica, con quienes dio rienda suelta a su vena curiosa y preguntona. “En el colegio me decían de todo: Jane de la Selva, Blancanieves, Indiana Jones, Bárbara Blade”, relata jocosa. Llevar ocasionalmente sus arañas monas a clases no la ayudaba demasiado, pero era su forma de manifestar, aun a corta edad, que aprender de la naturaleza y compartirla sería su modo de vida, uno que se resistió a estudios inconclusos de odontología y a una carrera formal tras su título de diseñadora industrial, por ser antónimos de aventuras a cielo abierto.

Hoy se define como exploradora, naturalista, instructora de supervivencia, presentadora y profesora de biónica, rama del diseño industrial que se inspira en las estructuras naturales para solucionar problemas. También es rescatista fortuita de algunos animales, pues sus seguidores en Instagram le notifican casos de criaturas desorientadas o en riesgo. Lo mismo recoge perezas en su carro para reubicarlas en terreno seguro, que se lleva a su casa serpientes cazadoras o cría rabipelados como el coqueto Gambo, un “hijo adoptivo” que empezó a cuidar luego de que la madre del animalito muriera en las fauces de unos perros al huir de unas bombas lacrimógenas. “No es una rata, es un marsupial”, recalca Brewer. Está convencida de que nadie cuida lo que desconoce. Por ello escribe una columna de ecoviajes en la web del Wall Street International, tiene un canal de YouTube y prepara una serie audiovisual con el grupo Río Verde llamada Explorando maravillas, próxima a estrenarse por Globovisión.

En ellos divulgará por qué cuidar parajes vulnerables y especies como la anaconda, el caimán del Orinoco o el cardenalito. “Es el pajarito que vemos en los billetes de cien. El problema es que hay muchos más billetes de cien que cardenalitos”, se lamenta. “A veces los humanos nos creamos problemas por no conocer ni respetar el equilibrio de la naturaleza. Pasa con la cotorra margariteña, que es una especie dispersora de semillas. Gracias a ella crecen árboles frutales que atraen el agua, pero tenerlas enjauladas como mascotas ha traído como consecuencia un problema grave de agua en la isla. La gente se lo atribuye a cualquier cosa menos a que cada vez hay menos cotorras libres”, ilustra.

“Lo mismo ocurre con otras especies. Una sola tortuga marina es capaz de comerse de 500 a 700 kilos de aguamalas al día: si no las cuidamos, no solo se afecta la pesca sino el turismo. Con el ecosistema del Roraima también vemos el efecto del desconocimiento: la gente no sabe el daño que causa dejando sus latas de cerveza o tocando las ranitas, porque es el hombre quien las contamina con ese contacto. También hay quienes deforestan mucho para sembrar y dejan sin hogar a aves que funcionan precisamente como controladoras de plagas”. Señala que si se les da un lugar, así sea artificial, para reubicarse cerca de esos cultivos, el ahorro en fumigación es enorme y además se obtienen alimentos con menos químicos.

“Estamos habituados a ver la naturaleza como una cosa lejana que no tiene mucho que ver con nosotros, pero hay que entender que cada ser vivo tiene una función y cuáles son las consecuencias de romper ese orden”. Ese es su granito de arena. “A pesar de que Venezuela tiene maravillas y de que hay gente haciendo con las uñas grandes esfuerzos de conservación, es difícil comprometerse si no sabemos qué vamos a defender. Con los animales y las plantas pasa como con los vecinos: todos somos una comunidad. Aunque algunos te caigan mejor que otros, tienes que aprender a convivir y negociar con ellos. No son para pisarlos”.

(RECUADRO)

Mis lugares favoritos

“Me gustan mucho los llanos porque no hay época mala para visitarlos, todo el año hay cosas increíbles que ver: si vas en sequía, ves a todos los animales concentrados cerca de donde haya agua. Si vas en temporada de lluvia, ves los humedales y los caños con toninas y todo. En sitios como hato Las Caretas (en Calabozo) te enseñan cómo es la cotidianidad en esa región: el arreo, el ordeño de las vacas, la preparación del queso. Tienen una Casa de la Cultura y te sumerges en el quehacer del llano. El hato Garza en Apure también es hermoso”, señala Brewer. “En Los Andes es maravilloso contemplar las montañas y ver de cerca los frailejones. Y si prefieres selva, cada campamento y cada lugar tienen su magia. Hay unos muy modestos y también otros como Waku Lodge, en Canaima, que son el paraíso en la Tierra”.

En Instagram: @karenbrwr

La tierra como sustento

Anni Bolotin, agricultora

Nació, se crió y vive en Turén. Anni Bolotin es la tercera generación de agricultores de un linaje de orígenes croatas y alemanes que se asentó en ese pueblito de Portuguesa y desde entonces ha llevado una vida ligada a las cosechas y el cielo abierto. En las redes sociales la conocen como @konukito, el nombre de su hacienda. Allí comparte las labores del campo y el placer del contacto diario con la naturaleza. También es vocera de jóvenes agricultores en encuentros y asambleas del ramo.

Uno de sus objetivos es que la juventud se motive a encontrar en el sector agropecuario un nuevo rumbo de crecimiento, elemento primordial en un país donde la producción nacional necesita mancomunar todas las voluntades posibles. Es lo que ella llama en sus redes #agriCooltura. “Hay padres de jóvenes que sienten que lo mejor para los hijos es que salgan del campo y lo dejen atrás, pero sin querer a veces han perdido el objetivo de mantener unida a la familia y recordar el poder de lo que cada uno puede hacer por Venezuela desde su lugar”, señala quien sacó adelante su propia finca. “También hay gente que tiene la idea de que ser agricultor solo es montarse en un tractor y ensuciarse, o que trabajar en el campo es una especie de penitencia para quien no se preparó. Eso es totalmente falso. La cultura del campesino es muy amplia y se necesitan muchas habilidades para poder llevar a cabo diferentes tareas. Aquí también está todo lo que no podemos tener en ningún otro lado porque esto es nuestro”, señala.

Para ella, que comenzó a estudiar Farmacia y decidió no terminar, este oficio significa una vida feliz. “Es divertida porque no tienes horario y porque cuando trabajas en el sector primario es gratificante ver crecer y alimentarte de algo que tú mismo sembraste y que, además, pone un plato de comida en la mesa de tus vecinos”. Bolotin también fundó Konukito Fly, un club privado de aficionados al vuelo que en muchas ocasiones ha llevado gratuitamente a propios y extraños a sobrevolar los sembradíos de Turén. “Volar en ultraliviano es una manera ideal de monitorear la siembra porque te permite detectar problemas”.

Sin embargo, se hizo más conocida por el Giratón, una carrera que ideó para recorrer las hectáreas de girasoles de su hacienda cuando están en plena floración. Corredora con ganas de compartir su afición, se dio cuenta del creciente furor en las redes sociales al retratarse con estas flores y decidió organizar un evento deportivo para atraer visitantes. “Yo no quería lucro, sino dejarle algún beneficio a mi comunidad, que es un pueblito que tiene necesidades”. En vez de cobrar una inscripción en metálico, Bolotin pidió un juguete por participante para los niños de Turén. Los cupos volaron. “Todo el mundo estaba feliz, fue una experiencia divina”, rememora. Luego de dos años de celebrarlo, la de 2017 no se efectuó porque las semillas llegaron tarde y no pudo sembrarlas a tiempo. Ella no se amilana. “Me encantó ayudar y pienso seguir haciéndolo. Amo mi entorno y trato de mostrarlo en mis fotos para que la gente se enamore también, porque soy fiel creyente y testigo de lo que sí tenemos”.

Bolotin está convencida de que Venezuela tiene un potencial enorme para el agroturismo. “Aquí fácilmente se podrían hacer rutas para conocer los cultivos en Guárico, Apure, Barinas, Táchira, Mérida, cada uno con su producción y su encanto particular. Doy fe de que es un sector muy explotable”, asegura. “Venezuela es mi plan A y mi plan B porque hay mucho por hacer. Aquí puedo crecer. Aunque estos sean tiempos difíciles para el sector, creo desde el alma que reconstruyendo el país a partir de la siembra podemos volver a ser la potencia agrícola que fuimos a través del café, el cacao y otros productos. Es cierto que estamos en un momento crucial, pero esto lo recuperamos porque sí”.

(RECUADRO)

Mis lugares favoritos

“Conocer el campo es tremenda recomendación. Para empezar, obviamente sugiero Turén. Lo mejor que tiene es su gente, que es amable, dada, abierta. Si quieren venir a ver los girasoles, los sembramos de octubre a noviembre y la floración ocurre entre diciembre y febrero; duran abiertos solamente una semana, que varía de finca a finca según la fecha en la que cada productor haya sembrado”, expone Bolotin. “También diría que otro viaje espectacular es conocer la isla La Blanquilla. El color de la arena, los tonos y la temperatura del agua… todo es perfecto. Cuando voy a Caracas también me encanta ir al Ávila, porque es la oportunidad perfecta para ver la ciudad desde lejos”.

La biodiversidad como bandera

Alberto Blanco Dávila, agente ecoturístico e investigador

Un ornitólogo de la Universidad de Cornell, experto en colibríes, se emocionó como un niño al venir a Venezuela y poder ver en su hábitat a otras especies que no fuesen las mismos seis que habitan en toda Norteamérica. “Y yo sentado cualquier día en el jardín de mi casa, en un ratico puedo ver hasta 13 colibríes diferentes. Aquí hay más de 100 especies de estos pájaros”. Así ilustra Alberto Blanco la enorme biodiversidad de fauna y flora del país, uno de los diez más megadiversos y el sexto del mundo en variedad de aves. Desde pequeño, Blanco sintió una fascinación especial por la naturaleza. Estudió Administración de Empresas Turísticas y luego se fue por dos años a vivir al Amazonas, para hacer una tesis de grado sobre arqueología y etnografía ligadas al ecoturismo.

También cursó en España un posgrado de manejo de fauna silvestre y creó con Henry Jaimes la operadora de viajes Ecodestinos de Venezuela. Luego fundó el grupo Río Verde, con el que –además de ofrecer expediciones a la medida para catedráticos y exploradores– se propuso publicar una revista del mismo nombre que promoviese el inestimable valor de esos hallazgos. “Quise hacer una especie de National Geographic venezolana”, explica. La nutrió con las visitas de investigadores de todas partes del mundo de distintas especialidades que venían a conocer con sus propios ojos lo que en sus países solo veían en libros, y se convirtió en una referencia para científicos, viajeros y educadores.

Hoy, Blanco también trabaja con organizaciones como Provita y Jardines Ecológicos Topotepuy. “Lo más chévere es que mi hobby es mi trabajo y siempre estoy rodeado de personas que sienten mucha pasión por lo que hacen: hay gente de afuera a la que se le salen las lágrimas de la emoción cuando puede ver algo que nunca se imaginó. Por eso me gusta involucrar a todo el que puedo, para cuidarlo más”. Su proyecto más reciente es Explora, mitad agencia de viajes y mitad concepto multimedia –de nuevo con una revista que verá luz pronto– que pretende educar y sensibilizar. También prepara un libro sobre la Reserva Ecológica Guáquira en Yaracuy. “Nuestro mayor tesoro es la biodiversidad de una geografía que resume en un solo país casi todos los ecosistemas del resto del continente: somos amazónicos, caribeños, andinos, llaneros, y de punta a punta todo está a dos o tres días en carretera. Tenemos paisajes únicos como la península de Paria o el Sur del Lago y sitios insólitos como el Sarisariñama”.

El empresario señala que hoy la gran potencia ecoturística es Costa Rica. “Tienen la décima parte de todo lo que aquí podríamos mostrar; la diferencia es que han sido muy inteligentes en protegerlo y mercadearlo. En una época nosotros llegamos a ser los líderes en el turismo de la región y ahora somos los últimos, pero es algo que podremos remontar cuando podamos ofrecer más seguridad y empecemos a desarrollar más conciencia turística”, explica. “Aunque todavía falta esa vocación de servicio como la que ofrecen los andinos, aquí hay gente que está haciendo grandes esfuerzos por eso. Nuestros posaderos son unos héroes que hacen hasta lo imposible para que la gente se sienta bien atendida a pesar de las carencias”.

Agrega que, por suerte, hay una nueva generación que poco a poco está asimilando este enorme potencial y que es necesario desarrollar una marca país, que ya empieza a vislumbrarse a través de la promoción del cacao. A su juicio, algunos de los ramos del ecoturismo con más fuerza en Venezuela apuntan al turismo de aventura, los deportes de riesgo y la observación de aves, aunque acota que la variedad natural es tanta, que cada elemento es un mercado en sí mismo. “Cuando las cosas cambien, Venezuela se va a disparar. Este es un país de maravillas”.

Mis recomendaciones

“El Autana es espectacular; vives una verdadera experiencia de selva que empieza navegando por el Orinoco y luego continúa por el Sipapo, en la que vas viendo los cambios del agua y la vegetación hasta que llegas al Autana –que escénicamente es impresionante– y tienes un contacto más auténtico con los indígenas de la zona. El Sur del Lago de Maracaibo también es increíble: es un recorrido con mucha fauna, está el relámpago del Catatumbo –ese fenómeno regenerador de la capa de ozono– y pueblos como el de la laguna de Ologá y el Congo Mirador, que tienen escuela, iglesia, casas, todo en palafitos”, sugiere Alberto Blanco. “Los llanos también son algo que  no ves en otra parte. En estados como Apure, Barinas o Guárico la observación de animales en su entorno natural es ideal y además se aprende mucho de la vida del llanero, donde cada costumbre tiene un valor y un significado. Otro lugar increíble es el delta del Orinoco, uno de los deltas más grandes del mundo. El río se convierte en 300 caños llenos de fauna”.

En Instagram: @exploraoficial

Fuente Todo En Domingo

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