The Night: Novela de escritor venezolano presentada en España

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El escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón presenta en España su primera novela, The night (Alfaguara), un gran retablo del horror donde enfermedad, violencia y descomposición explican las claves de una sociedad que se adentra en la oscuridad.

El publicista Pedro Álamo está obsesionado con las simetrías y las motos, con ese sonido de motosierra que anuncia muertos a su paso. El escritor Matías Rye busca las claves del asesinato de una joven cuyo cuerpo ha sido encontrado, cual despojo, en un descampado; la chica, atrapada en severos trastornos de alimentación, ha muerto a manos de su psiquiatra, un prominente médico y prohombre de la sociedad caraqueña. Miguel Ardiles, psiquiatra forense y narrador de esta historia, recompone los trozos: los de sus pacientes, Álamo y Rye, uno apresado en sus obsesiones y el otro, que orbita alrededor de una novela negra que no llegó a comenzar siquiera. Esas son las tres historias que sostienen The night, la primera novela del escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón, una historia coral en la que se anegan, como si de una sopa tibia de cadáveres y mierda se tratara, los restos de un país descuartizado y en el que siempre es de noche.

Con el nombre de una canción de la banda Morphine, el anglicismo que da título al libro remite a la perpetua oscuridad. Todo ocurre en la Venezuela de 2010. Los ciudadanos, acechados por la delincuencia, sobreviven entre los apagones ordenados por decreto del gobierno revolucionario ante la crisis energética que convierte a Caracas en el lugar de una noche impuesta, uno en el que todos los comportamientos se vuelven mostrencos. The night es un gran Retablo del Horror que Rodrigo Blanco aprovecha para levantar un mapa literario cuya incógnita principal será Darío Lancini, el autor de un solo libro de palíndromos que obsesiona a Pedro Álamo y alrededor del cual se despliega el desconcierto: el de las palabras que viajan en dos direcciones y se reparten a ambos lados de la literatura, la única llama en una sociedad que se apaga.

A la manera de un detective que rehace un crimen —mejor dicho varios—, Miguel Ardiles sirve a Rodrigo Blanco para hacer lo que el argentino Ricardo Piglia en Plata quemada o Roberto Bolaño en 2666: partir de hechos reales para levantar un enorme relato de violencia y desolación. Tras publicar los libros de relato Una larga fila de hombres (2005), Los invencibles (2007) y Las rayas (2009), su debut como novelista, The night, pone en marcha una gran máquina en la que recupera no sólo a Miguel Ardiles y Pedro Álamo —que ya aparecen en sus cuentos publicados— sino también los temas que él considera sus dos preocupaciones esenciales: la literatura como experiencia de vida y la violencia como experiencia límite.

Desasosegante y brutal, Rodrigo Blanco ejecuta una novela ambiciosa que consigue sostenerse en un paisaje crepuscular. The night, como Patria o muerte de Alberto Barrera Tyszka (Premio Tusquets) o Los maletines (Siruela), de Juan Carlos Méndez Guédez, traza un paisaje donde el personaje más potente y feroz es Caracas, la capital de un país que tritura. Blanco se suma así a los autores que parecen poner de manifiesto de qué forma la precariedad y la crisis ha precipitado la capacidad de la literatura venezolana de generar relato. “El país se nos impuso muy dolorosamente en estos años y no por una cuestión de compromiso, sino porque duele, por eso escribimos, porque tratamos de entender, porque no podemos abandonarnos, no podemos abandonarnos al sinsentido, la desidia y al horror”, asegura Rodrigo Blanco.

Hay dos elementos transversales en The night: la oscuridad (física y moral) y la violencia, especialmente la que infringen los hombres hacia mujeres. Más que un libro, es un gran Retablo del horror.

La novela arranca en el año 2010, que es la fecha en que se decreta la emergencia energética en Venezuela. Los sucesivos apagones dejaban a la ciudad sin energía eléctrica durante horas. A partir de ese momento, tanto Caracas como el resto de las ciudades del país se oscurecen. Hay una especie de oscurecimiento del comportamiento, de las costumbres, de las formas de vida. La oscuridad literal condujo hacia una oscuridad moral. Con esa noche obligatoria que imponen los apagones, algo se apaga también en la ciudad. Ese proceso, en la novela se mezcla con contenidos góticos. No son vampiros ni hombres lobo. Tampoco una idea del mal que escape al entendimiento humano, sino un gótico profundamente realista, un reverso del realismo mágico. Ese es el contexto donde ocurre The night. Sin embargo, hay un aspecto de la trama, una preocupación que me invadió mientras escribía la novela: los asesinatos de mujeres que comenzaron a ocurrir ese mismo año. Eso me impactó mucho, porque cuando una sociedad comienza a sacrificar de esa manera es el síntoma de verdadera descomposición social. A ese tipo de muertes las empuja una fuerza de destrucción potente, que es la que se expresa en Venezuela.

La enfermedad como tema es central. No sólo porque el narrador, Miguel Ardiles, sea psiquiatra forense. Todos los personajes experimentan alguna psicopatía que los deshumaniza, los vacía, los convierte en monstruos.

Suelo interesarme por aquellas historias en las que los personajes atraviesan situaciones límite o viven escindidos, como los esquizofrénicos, pero también me interesan otras formas cotidianas como las pequeñas neurosis. Este personaje de Miguel Ardiles, el psiquiatra, aparece en mi primer libro, Una larga fila de hombres, y ahora lo retomo. Me pareció que la figura del psiquiatra era idónea para mostrar los padecimientos de las distintas personas que viven en una ciudad como Caracas.

Pero no es eso. Se trata de una lectura política del malestar, como la expresión de una pudrición colectiva. Por algo elige a Montesinos, el trasunto del psiquiatra Edmundo Chirinos cuyo caso conmocionó a la sociedad venezolana.

Existen modelos o prohombres que una sociedad elige como guía y que después se revelan no como seres con problemas o defectos, sino como asesinos. La sociedad termina encubriendo y solapando esos crímenes, para sostener a estas figuras que supuestamente la representan. Es el caso emblemático del psiquiatra y profesor universitario Edmundo Chirinos, que es la sustancia real de lo que en la novela es el doctor Montesinos —Blanco se refiere al médico Edmundo Chirinos, considerado un intelectual, rector de la universidad más importante de Venezuela y candidato a la presidencia, quien fue juzgado por abusar sexualmente y asesinado a una de sus pacientes—.

Se sirve de personajes como Darío Lancini, un escritor de los 60 y 70, para introducir la reflexión sobre la literatura como herramienta para arrancar más capas de un país incapaz de entenderse.

Más que una intención deliberada de ampliar la mirada hacia el país que vivió décadas mejores en comparación con el caos actual, hay algo más detrás de esa elección. Adicional a una novela sobre el horror, que en efecto lo es y está presente, en The night intento recuperar la figura de Darío Lancini, el escritor y palindromista, que puede verse como una especie de respuesta profundamente literaria a los contenidos de violencia de la novela.

¿Cuál es la conexión real entre dos personas que intentan descifrar literariamente el palíndromo?

La conexión entre Lancini y la historia se da, de manera sutil, con Pedro Álamo, que es una especie palindromista frustrado, que comienza a soñar con la vida de Darío Lancini. Esos sueños episódicos sobre la vida de Lancini permiten un recorrido que rompe una historia únicamente sobre Venezuela y nos conecta con el itinerario que tuvo Darío Lancini, un personaje fascinante: nació en Venezuela, en 1932, estuvo preso cinco años durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Tuvo un primer exilio en México. Regresa a Venezuela con la democracia, pero vuelve a meterse en problemas durante los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, lo que lo hace emprender un viaje por las ciudades comunistas, Praga y Varsovia, marcharse luego a París, volver a Caracas para casarse con Antonieta Madrid … Darío Lancini permitía un itinerario por un territorio pero también por una época. La conexión es sutil, pero se manifiesta. Pedro Álamo ve en los palíndromos de Darío Lancini no un divertimento, sino una especie de oráculo al buscar en la interpretación de las palabras o letras la clave de lo que está sucediendo en el país.

En su novela, justamente a través de los palíndromos, están presentes las palabras como camino de regreso de algo que ya no existe, que estuvo y desapareció. La literatura es el gran detective, el verdadero gran detective de esta novela.

Como escritor y como lector me interesa la literatura que habla de literatura. Puede parecer una tautología o un hiperformalismo, pero creo que la gran literatura es aquella que habla de sí misma, no como el reflejo de un catálogo de autores sino por aquello que representa como experiencia humana. Jorge Luis Borges es el mayor paradigma al respecto. También hay que decir, que me interesan los personajes que se exceden. No ya los personajes que usan la literatura para entender lo que está pasando, sino que la usan incluso para anticipar lo que pueda suceder, como el detective Lonnröt de Borges, que se menciona al comienzo de The night, hasta ejemplos de sobra conocidos como el Quijote, Madame Bovary o Hamlet, personajes que se extravían porque confían demasiado en la literatura. Porque hay que tener en cuenta que la literatura también puede ser una experiencia límite, tan transformadora como el amor o la muerte, y eso está en The night.

Hay algo paradójico: la literatura no redime. Tanto en la reflexión que hace usted de ella como su función en la novela, remite a la idea de que no salvará a nadie.

Se puede pensar que la novela tiene una aproximación pesimista. Parece que no existe una salida, al menos en esa sociedad tal y como está representada allí. Ahí sí que puedo confesar una influencia que pueda resultar evidente, que es Roberto Bolaño y su concepto o noción de literatura. Bolaño no partía de una visión idealista del escritor como un ser moralmente intachable ni de la literatura como experiencia salvadora. Si alguien está condenado, lo estará siendo oficinista, artista, escritor, pero puede que aquel arte que practique sirva de testimonio. Además, tengo un concepto esencialmente trágico de la literatura. Para mí, la gran literatura es trágica en el sentido que conecta con una muerte o la experiencia de la pérdida en cualquiera de sus manifestaciones. Son los temas que me interesan y en el caso del contexto del país en el que vivo, Venezuela, no puedo escribir sobre otra cosa. Algo se impone: tratar de darle un sentido al desastre que ha supuesto el chavismo en Venezuela.

En la mayoría de las novelas venezolanas publicadas en España, hay un rasgo que The night también posee: Caracas no es una ciudad sino un personaje: un ser brutal, un monstruo.

Eso en mi caso es totalmente cierto. Se trata de una experiencia que reivindican y corroboran todos lo que viven o han vivido en Caracas: vivir en ella, salir a trabajar y regresar, es agotador. Es la propia ciudad la que te noquea. Eso se expresa con una especie de odio y resentimiento contra la ciudad, como si fuese una persona o una entidad ajena a los propios caraqueños. La ciudad se ha convertido en el mecanismo ideal de los caraqueños para volcar sus frustraciones hacia la sociedad de la que forman parte.

La literatura venezolana siempre ha tenido en la poesía su género fuerte. Sin embargo, el despedazamiento del país desde hace casi 20 años ha coincidido con un resurgimiento de la narrativa. ¿Por qué?

Venezuela ha sido tradicionalmente un país de poetas y lo mejor de su literatura está en la poesía. Pero, en los últimos años ha habido un repunte narrativo, tanto por la cantidad de autores y libros como por la calidad y el alcance de la difusión que tienen. Habría que decir que la literatura ha sido capaz de retratar las contradicciones de una de las peores crisis que ha vivido Venezuela desde la guerra de independencia.

¿La pudrición nos ha hecho capaces, finalmente, de generar relato?

La contraparte literaria de la crisis venezolana radica en el hecho de que Venezuela es un lugar perfecto para escribir. Pasan tantas cosas en una misma semana que es casi inevitable que uno no se aproveche de eso para transformarlo en relato. El país está produciendo constantemente imágenes. Pero hay algo que llama todavía más la atención acerca de lo que se escribe hoy en Venezuela, porque hay conexiones entre la poesía y la narrativa. Por ejemplo, temas que escribe un poeta como Alejandro Castro aparecen en los relatos de Lucas García. Se está produciendo muy buena literatura. País, de Yolanda Pantin, es una de las grandes obras que se han escrito en estos años. Venezuela, el país se nos impuso muy dolorosamente en estos años y no por una cuestión de compromiso, sino porque duele, por eso escribimos, porque tratamos de entender, porque no podemos abandonarnos, no podemos abandonarnos al sinsentido, la desidia y al horror. Hay que generar sentido aunque la realidad y el gobierno intenten hacerte creer que tú eres el que está equivocado.

Fuente Revista Venezolana

Originally posted 2016-05-05 01:29:33.