Mariaca Semprún: «La Piaf era la luz en la oscuridad»

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Luego de despojarse del traje de La Lupe, la actriz se mete en la piel de La Môme con Piaf, voz y delirio, que sube el telón hasta el 30 de octubre en el Centro Cultural Chacao. Miguel Issa dirige el montaje escrito por Leonardo Padrón, que contó con una debutante productora ejecutiva: Mariángel Ruiz, y una productora premium de musicales en Venezuela: Claudia Salazar.

La idea de interpretar a Edith Piaf no era nueva para Mariaca Semprún. Desde que estaba en plena temporada con La Lupe, la reina del desamor, aquel equipo de producción había coqueteado con el proyecto. El plan era terminar de despojarse de «La Yiyiyi» y meterse en la piel de «La Môme». Ella había comenzado a hacer el trabajo de campo con anotaciones en un cuadernito, en el que apuntaba gestos, observaciones en torno al registro vocal de la artista y también reflexiones sobre el contexto histórico que bordeó la trágica vida del personaje, tras varias tandas documentales en YouTube, una revisita a La vida en rosa, filme de Olivier Dahan (que lleva el mismo título de la famosa canción que popularizara la artista) y que le valiera el Oscar a Marion Cotillard en 2008.

Culminadas las temporadas de La Lupe… el proyecto de la Piaf fue desvaneciéndose; muchos de los productores y el director musical -Santos Palazzi- se fueron del país. Mariaca cerró el cuadernito. Eso hasta este año, gracias a que aquella idea volvió a cobrar vida. «Llamé a Claudia Salazar, que es la productora premium de musicales en Venezuela, y montamos el proyecto sin contar aún con el dinero para materializarlo», comenta Semprún. «Y mágicamente, como suceden a veces las cosas, apareció Mariángel Ruiz y se convirtió en nuestra productora ejecutiva. Es un área que no ha manejado nunca y eso la tiene muy emocionada, está aprendiendo. Luego Leonardo (Padrón) dice: ‘Ya que el texto no está me encantaría escribirlo’. Y yo que llevo años empujándolo para que escriba teatro no podía estar más feliz. Después el tema era: ¿Cómo la vamos a contar? Y Claudia pensó en Miguel Issa. Me dije: ‘Perfecto’. Tengo mucho rato viendo su trabajo y admirándolo. Miguel tiene una visión muy delicada de la puesta en escena, además, vivió en Francia un tiempo y, de paso, es fanático de la Piaf. A todos ellos se suma Hildemaro Álvarez, con quien trabajé en La Lupe, como director musical, que es un ‘musicazo’, y Gustavo Santos, con quien estuve en El club de los porfiaos, como maquillador. Las pelucas son de Ivo Contreras, no podían ser de nadie más. Y no conforme con todos estos talentos, el vestuario es de Raquel Ríos. Y mi coach de acento francés es Castor Rivas. De manera que es un proyecto que nació con una bonita estrella. Y, para mí, es además un refugio, una bendición». De ese refugio habla la actriz y cantante en las líneas que siguen. Es así como Piaf, voz y delirio, sube el telón desde el próximo jueves 13 de octubre en el Centro Cultural Chacao.


La vida no  tan rosa…

¿En qué se diferencia asumir La Lupe y ahora a la Piaf?
«Con La Lupe cantaba boleros y salsa, que es algo que está en mi sangre. Gracias a la Piaf estoy interpretando la chanson française, que es un amplio género musical con líricas que hablan de la realidad callejera de su época. Eso es lo que he procurado tener en la mente cuando la interpreto: cómo eran esas calles, esos cabarets… Cómo tuvo la necesidad de proyectar su voz sobre el bullicio nocturno para sobresalir y ganarse la vida. Digamos que en torno a La Lupe lo más complejo era lo escénico y su tono de voz. Con la Piaf me ha resultado al revés: lo escénico lo he comprendido más fácilmente que lo musical».

¿Cómo ha sido entonces ese diálogo con la Piaf?
«Ponerme en sus zapatos me ha hecho ver que no todo siempre está servido para que tú hagas las cosas bien. Fue una persona signada por la muerte durante toda su vida, marcada por las despedidas, que con el aplauso del público tenía una sensación única de que era querida, respetada y valorada. La Piaf era la luz en la oscuridad, tenía el poder de resistencia y la resiliencia ante la adversidad. Yo la comparo con Venezuela de alguna forma; es decir, esa niña de la calle que no recibió suficiente amor, a la que maltrataron, se aprovecharon de ella, pero decidió que la música sería su tabla de salvación y se aferró completamente a eso».

¿Te parece inevitable que tus proyectos artísticos aludan a la situación del país?
«Inevitable y también responsable. Uno tiene que saber cuál es el paralelismo que tiene un personaje que está interpretando con la realidad que está viviendo. ¿Por qué a un venezolano le interesaría ir a ver la vida de una cantante francesa que no tiene nada que ver con su contexto? Pues hay muchos puntos de encuentro. La Piaf sufrió la censura en sus conciertos durante la guerra. Fue marcada por los prejuicios políticos: la tildaban de colaboracionista nazi cuando más bien ayudó a escapar a muchos judíos. La historia es cíclica, se repite y al espectador tiene que servirle para no caminar sobre los mismos errores».

En una entrevista anterior para Estampas comentabas que La Lupe te tendía la mano en los momentos difíciles. ¿Lo ha hecho Edith Piaf?
«Claro. Son personajes que existieron para dar luz. Nosotros estamos viviendo una situación inédita en el país, muy difícil de manejar y la Piaf viene a darme esa burbuja, ese espacio de creación en el que siento que todo está bien por un instante. Para ella un concierto era el momento en el que se olvidaba de todos sus problemas. Para mí lo ha sido, por estos días, escuchar su voz, estudiarla, entenderla, interpretarla, comprenderla musicalmente y el hecho de que me haya permitido rodearme de los grandes artistas que están en esta producción. Gracias a la Piaf vivo momentáneamente en un micropaís ideal que me resulta terapéutico. Me pregunto de dónde sacó fuerzas para levantarse una y otra vez. Una vida tan atormentada ha generado tanta poesía y tanta belleza que te dices: de lo horrible puede salir lo hermoso».

¿Cómo te conectas con ese personaje atormentado?
«Al igual que a La Lupe, a la Piaf le tengo un ritual. Tengo un collage de fotos suyas en mi estudio y siempre, antes de comenzar a estudiarla, le prendo una velita blanca y le digo: ‘Si hay algo que quieras decir hazlo. Esto es para ti con amor y con respeto, no pretendo estar sobre ti o tratar de ser mejor que tú, sino más bien que tú sigas viva’. Es una especie de permiso, en puntillas, para alguien que energéticamente está en algún lugar. Es una suerte de invocación, pero bonita, no con brujería, a través de una luz blanca y pura. No es desde la ouija (risas)».

¿Te la imaginas viviendo en este mundo?
«Yo creo que vería este mundo del mismo modo que veía el suyo: desde el hedonismo. Era exageradamente hedonista, hasta en los momentos en los que visitaba los campos de concentración. Para ella el disfrute de la vida era cantar hasta la madrugada rodeada de amigos en el piano. Nunca dejó de disfrutar la vida, incluso al final de sus días cuando se hizo adicta a las drogas por sus dolencias. Seguramente bebería muchísimo como lo hacía como vía de escape a la realidad. Pero sin duda, de alguna forma, el mundo la hubiese escuchado. Nació para ser escuchada. Daba igual si hubiese nacido en esta época en una calle de Petare, iba a llegar a donde llegó. No sé si por su propia convicción o porque, como dicen, estaba escrito».

Fuente Estampas

Mariaca Semprún, La Piaf, actriz venezolana, entrevista, obra, teatro, Centro Cultural Chacao

Originally posted 2016-10-09 21:30:29.