15 cosas, más extrañas, estudiaste en Venezuela, Venezuela
Si intercambiabas barajitas, debías llevar la autorización firmada para el paseo o rayabas los pupitres como si fuesen un Muro de Facebook, tienes que leer este artículo.
“Amores de estudiante, flores de un día son”, rezaba el mítico tango de Gardel. Sin embargo, cuando nuestros días consistían en divisiones de dos cifras y libros de Serafín Mazparrote, disfrutamos de cosas que, con el tiempo, se hicieron nuestros amores eternos.
En RootSalad hemos preparado este top con las 15 cosas que más extrañamos los que estudiamos en Venezuela.
Las 15 cosas que más extrañas si estudiaste en Venezuela
1. Las empanadas
De queso, de pollo, de carne molida, de carne mechada, de perico, de dominó; lo más difícil a la hora de pedir una empanada es decidirse por el relleno.
Siempre frescas y recién preparadas, las empanadas eran el desayuno perfecto para cualquier estudiante. Entregadas en una bolsita de papel marrón (en la que también venían las servilletas), eran las reinas indiscutibles de los recreos.
Otra de sus ventajas era el poder combinarse con cualquier bebida, como jugo, té, malta, etc.
2. Chataing
La voz de Chataing, junto a sus colegas de radio que fueron rotando a lo largo de los años, fue una acompañante fiel para muchos en el trayecto de la casa hacia el colegio o la universidad.
Chistes ingeniosos, juegos de palabras, parodia de los acontecimientos noticiosos, segmentos que rayaban en lo absurdo y en lo mordaz; Chataing tenía todas las herramientas para alegrarle la mañana a cualquiera.
Muchos lamentamos su súbito retiro de los micrófonos. Por fortuna, aún podemos disfrutar las sorpresas que tiene en su canal de Youtube y podemos verlo en vivo a través de sus giras.
3. Las vacaciones
Definitivamente, julio y agosto eran los meses más felices para cualquier estudiante. El último día de clases, generalmente con merienda especial incluida, era casi mágico.
Vacaciones era la época propicia para dormir, para irse de campamento o de viaje, para jugar Nintendo e ir al cine con los amigos sin la presión de tener que estudiar para exámenes próximos o de hacer tareas.
Pero como toda fiesta llega a su fin, el regreso al colegio traía de nuevo consigo los horarios tempraneros y las responsabilidades cotidianas.
4. El RikoMalt
La bebida achocolatada consentida de los colegios y las universidades. Con su envase marrón y blanco y sus flores insignia estampadas, el RikoMalt tenía un sabor único y nutritivo que siempre dejaba con ganas de más.
Su consistencia, ni tan líquida ni tan espesa, era la ideal. Algunos lo agitaban bien para que quedara espumoso y así disfrutarlo en todo su esplendor. Ya fuese en presentación de “cuartico” o de medio litro, cualquier hora era buena para darse este dulce gusto.
5. Maltín Polar
Una buena dosis de energía contenida en una lata de aluminio o en una pequeña botella color ámbar.
Maltín Polar siempre estará, de una u otra forma, ligada al estudiantado venezolano, no sólo como producto esencial en las cantinas y cafeterías, sino como patrocinante principal de inolvidables eventos musicales, deportivos y culturales organizados por y para los jóvenes.
¿Quién no tuvo algún cuaderno, póster o chapita con la imagen y los nombres de los “Líderes Maltín Polar”, entre los que figuraban, nada más y nada menos, los inmortales Omar Vizquel y Andrés Galarraga?
6. Los paseos escolares
“Que no se les olvide la autorización firmada”, siempre decía la maestra o la coordinadora faltando pocos días para el paseo.
Ya fuese en el autobús escolar o en vehículos puestos a colaboración con la ayuda y la supervisión de los representantes, los días de excursión con el salón eran realmente memorables.
Fábricas, museos, parques, la montaña e incluso McDonald’s; cualquier lugar era bueno para compartir con los amigos y pasar una mañana distinta. Eso sí, a cambio, había que redactar una composición, con un número mínimo de palabras, sobre las vivencias y los aprendizajes obtenidos (¡Sí, Luis!).
7. Los tazos
El contenido comestible era lo de menos. La verdadera razón para comprar las bolsas de chucherías, grandes o pequeñas, era encontrar los legendarios tazos, pequeños “discos” plásticos, pintados con figuras llamativas o personajes famosos de caricatura, que podían coleccionarse (incluso existían álbumes especializados donde guardarlos), intercambiarse o “rucharse”.
Aunque los más cotizados eran los metálicos, cualquier tazo garantizaba un rato agradable junto a los compañeros y amigos.
8. Las manualidades
Con las paletas de helado, la pega blanca, los pinceles, la témpera y las tijeras como grandes protagonistas, a todo estudiante le tocó realizar alguna manualidad para obsequiar en el día del padre, en el día de la madre o en vísperas de Navidad.
Ya fuese en la realización de portarretratos, de portalápices o de pesebres de cartón, la ayuda de la maestra para los alumnos menos hábiles era una tradición. El gran consuelo siempre fue que, aunque el producto final fuese un mamotreto deforme, nuestras madres siempre lo recibían con gran cariño, con un abrazo y con la afirmación de que éramos “grandes artistas”.
9. El sentirse millonario con un solo billete
A todos, al menos en alguna ocasión, nos tocó llevar un billete de alta denominación al colegio, ya fuese por error, por descuido o porque nuestros padres no tenían más “sencillo” en ese momento.
¿Qué Bill Gates ni qué Bill Gates?, con un sólo billete podíamos sentirnos verdaderos magnates y comprar “media cantina”, brindarle a nuestros amigos, darnos uno que otro gusto y, aún así, llevar vuelto para la casa.
Casualmente, ésos eran los días en los que muchos de nuestros compañeros, repentinamente, caían en cuenta de lo simpáticos y agradables que éramos.
10. El intercambio de barajitas
No es secreto para nadie que, cuando llega el mundial de fútbol, el mundo se paraliza por completo. Incluso, las personas que no son seguidoras del balompié se suman a la fiesta internacional y hacen sus pronósticos y quinielas.
Los estudiantes (y muchos profesionales también) tenían como objetivo llenar el codiciado álbum Panini. Amontonadas en pacas amarradas con ligas, las barajitas, con los rostros de los jugadores y los emblemas de los equipos participantes, se convertían en la “moneda” de ese mercado en el que se transformaban los recreos durante un mes cada cuatro años.
Algunos afortunados presumían de tener las más escasas, las más deseadas o las más brillantes.
11. El fútbol con envases
Con arquerías improvisadas, con cartones usados de chicha, de jugo, de chocolate o de té; sin árbitros y con mucho temple y sudor bajo el sol del mediodía, así era el fútbol que se jugaba en el patio de los colegios.
A veces había resultados ajustados, otras veces había desigualdades aplastantes en el marcador justificadas por unos y restregadas por otros en una burla con sabor a victoria.
El fin del juego, por acuerdo, era señalado por el timbre que indicaba que era tiempo de regresar a las aulas. De todas formas, nunca existía un campeón definitivo; siempre quedaba energía y ganas para una revancha.
12. Los Pingüinitos
Para comer solo, para compartir, para llevarlos a casa, para dejarlos como regalo misterioso en el pupitre de la persona que te gustaba; los Pingüinos siempre eran la respuesta.
Estos bizcochos de chocolate, rellenos con crema de vainilla y cubiertos por una capa de glaseado coronada por una línea en espiral, eran capaces de derretir los paladares y los corazones. En su característico envoltorio azul, eran el postre perfecto para un desayuno, para un almuerzo o para una merienda.
13. El rayar los pupitres
Cuando no existían las redes sociales, los estudiantes expresaban sus dichas, sus penas, sus felicidades, sus descontentos y hasta su humor con un lápiz sobre la madera de su propio pupitre.
Ya fuesen dibujos, frases célebres, chistes malos, letras de canciones y hasta calcomanías, los pupitres eran el Muro de Facebook de la época; aunque, cada cierto tiempo, el profesor de turno realizaba inspección y, a los que tuvieran las superficies más saturadas, los obligaba a limpiarlas, muchas veces con agua y jabón.
14. El ir a hacer un trabajo casa de tu amigo
Ya fuese para construir una maqueta, para componer un ensayo o para preparar una exposición, alguna vez fuimos a casa de algún amigo o compañero por motivos estrictamente académicos.
Sin embargo, esta ocasión siempre era propicia para degustar alguna buena merienda cortesía de la casa a la que estábamos invitados. En los momentos de descanso -que muchas veces superaban a los de trabajo- siempre se podía echar una partida al Nintendo 64, bajar a jugar fútbol a la calle o comprar un helado de los carritos ambulantes.
15. Las Perinolas/Los Trompos
A pesar de los avances tecnológicos, cada vez haciendo entretenimientos más sofisticados, los trompos y las perinolas nunca perdieron su vigencia.
Con mucho orgullo podían llevar el indeleble título de juegos tradicionales venezolanos. Los récords de los expertos en perinola eran impresionantes y siempre había un campeón del salón, de la promoción y del colegio. Los trompos, aunque podían considerarse un poco más complejos de utilizar, siempre estaban por allí, girando sobre su eje durante tiempos increíbles y sobre superficies casi imposibles.
Fuente Rootsalad
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