Laili Lau y el zen de las cosas

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Laili Lau, zen, cosas

Aunque venezolana de nacimiento, sus rasgos y maneras delatan su ascendencia asiática. Sencilla, pausada y honesta, tanto en su proceder como en su propuesta, Laili Lau es responsable de una marca que lleva su nombre y su esencia. Sabi, su más reciente trabajo, vuelve sobre sus pasos y sirve de homenaje a sus orígenes, gracias a una muestra que busca—y encuentra—la belleza en la imperfección y la luz en la oscuridad

Alcanzar la elevación no es cosa fácil. Sin embargo, existen varios caminos y uno de ellos es la reconciliación. La creación en tiempos convulsos tampoco es una tarea sencilla, no es tan simple cómo escoger entre llorar o hacer pañuelos, porque hasta para eso se necesita asertividad e inspiración. Es por eso que, para poder avanzar, Lau decidió mirar atrás. Recordar su punto de partida, buscar entre sus raíces. Hilvanar su historia.

Desde sus inicios, en el año 2010, Laili Lau ha trabajado cada colección como si se tratara de una obra de arte, ya que por mucho tiempo creyó que el de artista plástico era su verdadero llamado. Una vez que el diseño de modas devino vocación, tras su paso por el Instituto Brivil, supo que la sensibilidad, la consciencia y la sustentabilidad estarían por encima de las tendencias y demás imposiciones del mercado. Lo que priva es el concepto y los materiales que le permiten jugar con volúmenes y formas, tal y como si fuera un lienzo.  Así, entre líneas limpias y siluetas asimétricas, compaginando siempre naturaleza con modernidad, transcurrieron siete años y nueve colecciones para llegar a Sabi —que, sin duda, representa los cimientos de la marca.

“Quise que esta colección me recordara a lo que había diseñado al principio, en parte por los cortes y la holgura que ha sido una constante, pero que en esta oportunidad se acentúa para obtener más movimiento y soltura”, señala quien siempre ha tenido la femineidad como norte. Sabi es el espejo que devuelve una imagen plena y serena, aunque el entorno se empeñe en lo contrario. Es sabiduría y sosiego que se fundamenta en el influjo oriental, siempre presente en su nombre y sus genes.

A diferencia de sus trabajos anteriores, de títulos más anglosajones, este recibe el suyo por el concepto estético japonés wabi-sabi, un planteamiento que resume tres verdades sobre la existencia humana: nada es permanente, nada está completo y nada es perfecto. Wabi-sabi es el zen de las cosas, cosas que se asumen imperfectas, mudables e incompletas. Para Lau, es la capacidad de ver belleza en todo lo que rodea y de entender los errores naturales o peculiaridades como un aporte a la unicidad. Es la aceptación de lo efímero de nuestra existencia. Es la redención necesaria para volver a crear.

Sabi es, en resumen, una muestra muy artesanal, simple pero colmada de detalles y colores. “Es más alegre y más llena de vida en comparación con Senderos, mi trabajo anterior, quise que fuera simplemente hermosa y sencilla”, resume. El resultado son piezas versátiles como vestidos, blusones, pantalones cortos y largos, bufandas y, por supuesto, kimonos, todo bastante ligero por los materiales que usó, entre ellos destacan el charmeuse de seda estampado, los algodones, los brocados, el chifón, los jerséis y las lentejuelas en su justa medida.

El conjunto brilla por sus muchos destellos de luz y tonos más bien suaves, aunque no se olvidó de incorporar otros más fuertes como el azul marino, nunca antes usado por ella. No obstante, los protagonistas son los ocres, los beiges, los rosados y el dorado, este último gracias a la influencia del kintsugi, el arte japonés de recomponer los pedazos de lo que se ha roto.

El kintsugi  se fundamenta en la filosofía de reparar fracturas con oro. Los restos no se descartan y las fisuras no se ocultan, por el contrario, se enaltecen. Los fragmentos de lo que alguna vez fue un todo, se reconcilian mediante el uso de algún material precioso, para así reconocer el valor del deterioro, del defecto y también el mérito del fracaso. Parte de la experiencia humana, aceptarlo le abre paso a la resiliencia. Si bien en su colección no hay remiendos, vale la metáfora de la exaltación de las cicatrices para sortear tiempos de dificultad, parafraseando a Rumi: es por donde entra la luz.

Laili Lau coleccion 01

Su afinidad con la técnica va más allá del acabado, pues no es ajena a la práctica de repensar y reutilizar. El consumismo desmedido siempre ha estado entre sus principales preocupaciones, al igual que el desperdicio que suponen los recortes de tela propios de una producción. Es por eso que ha procurado insuflarles vida y propósito, donando telas y materiales a comunidades necesitadas o aprovechando los recortes para, de vez en cuando, hacer arte. Porque la vena sigue abierta y la sensibilidad llama.

Será por eso que para la sesión de fotos de Sabi procuró contar con artistas locales, para unir todos los puntos y retratarlos en una imagen. “Hay varias piezas con cortes y tejidos dorados, recordando el kintsugi, mientras que el wabi-sabi se aprecia en la asimetría y en la textura de la ropa, para las fotos utilicé piezas de cerámica artesanales de @cdospuntos @anothermuller @caraquenadechuao, no solo porque me encanta su trabajo sino porque además iba bien con el tema” comenta sin reconocer que de algún modo el tema es ella y cada uno los pasos que la trajo hasta aquí.

Fuente El Estímulo

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