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La frase es de John Carrillo, y es tan áspera como cierta: el beisbol profesional venezolano es una fiesta, sí, en la que el baile se prende con una orquesta de músicos prestados.
Los peloteros, los principales protagonistas del espectáculo, no pertenecen realmente a los ocho equipos de la LVBP. Lejos quedaron los tiempos en que otros circuitos podían rivalizar en salario con las Grandes Ligas.
El Patón Carrasquel decidió abandonar las Mayores en 1946, al recibir una mejor oferta para actuar en México. Estaba en el mejor momento de su carrera. Había puesto 2.71 de efectividad en 122 innings y dos tercios con los Senadores de Washington y tenía 32 años de edad. Pero eran tan bajos los ingresos de los bigleaguers, que el primer criollo en la MLB prefirió irse a suelo azteca, donde le ofrecieron un sueldo mejor.
Todavía le quedaría pólvora para volver a la gran carpa en 1949. Pero esa es otra historia, que sirve aquí para hacer énfasis en el nivel competitivo que tenía al momento de tomar su decisión.
Los fanáticos de antaño recuerdan con nostalgia cómo Víctor Davalillo, César Tovar y otros astros de entonces “se bajaban del avión para jugar”. Aficionados con menos canas y años citan la frase y lamentan lo que sucede hoy. Olvidamos con frecuencia que Davalillo, Tovar y el resto de sus contemporáneos no hacían eso por puro gusto, aunque amaran el beisbol; lo hacían por necesidad.
El slugger Richie Hebner trabajaba como enterrador en un cementerio, en el receso entre temporadas. El primer Joe Morgan que llegó a las Grandes Ligas (también infielder, pero blanco) conducía una máquina para retirar nieve de las calles durante los meses libres. El gran Jackie Robinson fue vendedor de electrodomésticos. Yogi Berra trabajó en ventas por departamentos y hasta abrió una sastrería con el también inmortal Phil Rizzutto.
Los hubo empleados en estaciones de gasolina, actores de vaudeville, agentes funerarios…Vitico y compañía disfrutaban jugar pelota, pero posiblemente habrían disfrutado tomar al menos unas vacaciones, luego de bajarse de aquel avión. No podían, porque necesitaban sus ingresos en el beisbol invernal para poder pagar sus cuentas, comprarse una casita y hacer mercado.
El salario mínimo de un grandeliga en 2016 fue 507.500 dólares. Es una cifra tan considerable, que un venezolano de clase media podría vivir con ese único ingreso de un año, rindiéndolo por el resto de su vida. No hablemos ya del salario promedio de un pelotero en la gran carpa, que en 2016 fue de 3.966.020 dólares.
Un jugador protegido en el roster de 40, incluso actuando en las menores, gana entre 45.000 y 90.000 dólares anuales, dependiendo de si está en su primero o en su segundo año en esa la nómina.
¿Cuánto podríamos comprar en la Venezuela actual nosotros, simples ciudadanos de a pie, si recibiéramos 90.000 dólares hoy?
Es una catástrofe para el espectáculo y una tristeza para los seguidores de la pelota que Breyvic Valera, Arcenio León, Cafecito Martínez, Balbino Fuenmayor, Carlos Tocc, Marwin González y Elvis Araujo hayan dejado a sus equipos en plena recta final, por no hablar de todos los que lo hicieron antes o ni siquiera se presentaron.
Pero esa es la realidad de este deporte que amamos: es una fiesta, tal cual, pero con músicos prestados.
Fuente El Nacional
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Originally posted 2017-01-09 22:50:11.