La costurera, hace ropa, regala ropa, ropa del barrio
De la serie “Héroe anónimo”, esta es la historia de una costurera que, como muchas otras, siente pasión por su oficio. Dexi Villasmil es educada, amable y sobre todo muy comprometida. Otro buen ejemplo de su comunidad
La autogestión suele ser una utopía y en las consideradas zonas deprimidas ignoran el significado de esta palabra. Al sur de Valencia hay quienes la practican sin conocimiento. No buscan contratos de empresas, prefieren subsistir por sus propios medios, sus manos, para ser más exactos. Esa es la filosofía de Dexi Villasmil, dedicada a la confección de ropa masculina y femenina. Su hogar es el lugar de trabajo, y aunque la imaginación está tentada a dibujar a alguien vestida en bata como cualquier señora que permanece en su casa, un jean y una blusa deportiva dicen todo lo contrario. Está lista para la cámara. Abre la puerta mientras acalla los alaridos de las dos loras Roxi y Rosa. “Están locas”, le dice al entrevistador. Un vecino contempla el encuentro desde su ventana, solo se ve su medio cuerpo alumbrado por el débil sol de las seis de la tarde, hora que no le parece indicada a Dexi para recibir visitas, pero hoy es la excepción.
Relata que su madre cosía y verla en esa faena le despertó curiosidad desde niña, así que aprendió lo necesario. Las muñecas con las que solía jugar, se convirtieron en modelos inanimadas de indumentaria variada gracias a la inquietud creativa capitaneada por una aguja que un día le lastimó por accidente un pulgar. Dexi fue llevada al hospital por la gravedad de la herida. Una pequeña cicatriz es enseñada. Por la sonrisa, pareciera que añora el pasado, incluso el mismo dolor de ese entonces.
Antes de ser madre, trabajaba en una empresa, pero después del nacimiento de la primera hija, pensó que no había tiempo para cuidarla bien. Por eso decidió renunciar, luego comprar sus máquinas donde se le ve trabajar con ímpetu. Eso y una pequeña lámpara son suficientes para iniciar un día laboral.
En la quinta década de vida, su morena y falconiana piel goza de lozanía. Parece hermana de sus tres hijas, dos de ellas también heredaron el gusto por crear. La mayor es profesora de arte en bachillerato y confecciona bolsos, la segunda es diseñadora de modas. “Los mismos desastres” que cometía cuando pequeña, también forman parte de la herencia. Las tijeras o hilos siempre se perdían. Ninguna de las “niñas” está con ella en estos momentos, prefieren que sea entrevistada sola porque es su momento. Dexi es puntual con las palabras. La fuerza de su mirada es igual a la de su ceño fruncido cada vez que escucha una pregunta.
¿Qué siente cuando crea?
—¿Qué siento? Emoción, alegría, satisfacción.
¿Cuál es su prenda preferida?
—Blusas, pantalones. Todo. El traje de baño siempre me ha gustado. Me he enfocado en esa parte. También hice un tiempo ropa para caballeros, sobre todo camisas.
A pesar de haber aprendido bajo el método empírico, para fortalecer sus conocimientos vio clases de arte en una escuela que pertenecía a un programa comunitario hace 15 años. Poco a poco los vecinos se fueron enterando de que en la cuadra una mujer “hacía ropa buena a la medida” sin necesidad de ir a una tienda a gastar altas sumas de dinero. Con tan solo caminar unos metros podían solicitar un tipo de prenda, seguido del modelo deseado para después de unos días, quedar contentos con el resultado. Sea un pantalón, camisa, franela, leggins, trajes de baño, blusa, cualquiera creado por sus manos.
En los últimos años la demanda de los arreglos ha crecido. Jóvenes llevan sus pantalones para que ella “los ponga tubitos”. Otros mayores les dan prendas con algún desperfecto. Sus familiares solicitan sus servicios al momento de un evento importante: matrimonio, bautizos, quince años o graduaciones. Primas, sobrinas, hermanas, posan para las fotos como si se tratara de la alfombra roja de los Oscar.
¿Cómo es trabajar desde aquí?
—Aquí hay gente que trabaja bellísimo el calzado, la carpintería, hay mucho… lo que pasa es que uno… Silencio.
¿Uno qué?
—Uno hace sus cosas muy de uno pues. Muchas veces porque uno se limita no solo en lo económico sino en lo emocional. Uno no arranca por temor. En mi caso es por la inseguridad. Si salgo de mi casa con mi equipo de trabajo, me da miedo que me lo roben. Antes me daba miedo, ahora más. Eso es un poco incómodo porque me gustaría que mi casa fuera mi casa y mi trabajo fuera mi trabajo. Yo quiero ver mi casa arreglada y bonita, y mi taller también con su buen espacio y ambientación.
Con la delincuencia no busca enfrentarse, pero la búsqueda tortuosa de materiales es inevitable. Las telas suben de precio cada dos semanas. Por ejemplo, la de licra costaba tres bolívares mil hace un año, ahora quince mil bolívares. El forro y la goma también son costosos. Los pedidos han disminuido pero aún hay clientes que valoran su labor.
Si volviera a nacer ¿A qué se dedicaría?
—¿Qué sería? Siempre me ha gustado crear con las manos. Siempre me ha llamado la atención el diseño de interiores.Sí… me gustaría estar en esto.
Dexi desvía su mirada hacia la ventana. Parece preocupada por la hora. Es momento de irse pero antes hay que tomar más fotos. Saca “sus mujeres”, como llama a los maniquíes que modelan un traje de baño y una blusa azul floreada. Las acaricia a pesar de que los minutos están contados. El señor de medio cuerpo ya no está asomado desde su ventana. El moribundo sol le da la bienvenida a la naciente noche mientras ella despide al entrevistador, que promete darle un pantalón para arreglarlo. “¿Ponerlo tubito?, claro vale, lo espero”.
Fuente El Estímulo
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