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Quienes han comido en el restaurante Hemingway, un rincón que se esconde en el centro comercial Lido, tienen sus platillos favoritos y, cuando se les pregunta qué cuál es el que más les gusta las opiniones varían. Guillermo Frontado comparte: “El cochinillo es “brutal”; el osobuco también y creo que la milanesa de pollo es la mejor de Caracas”. Ramón Velásquez agrega: “el paté ahí es increíble”. Pero este lugar no son solo platos. Aquí se coleccionan recuerdos y en Bienmesabe nos complace presentar qué significa Hemingway no solo para los comensales sino para la hija de Hermann Maier, Anna Carolina, quien forma parte de El Estímulo.
Visité la casa de Ernest Hemingway en Key West (EEUU, Florida) en el año 2000. Dos años antes, en el Centro Comercial Lido, mi padre, Hermann Maier, abría un pub inglés privado al que le dio el nombre del escritor nacido en Illinois.
Al inicio me preguntaba “¿Qué relación tenía aquel austriaco con este gringo amante de los gatos, el buen beber, las mujeres, la literatura y Cuba?”
No tengo memoria de mi papá leyendo un libro, por lo que homenajear al también periodista dándole su nombre al local me resultaba extraño. Lo de las mujeres tampoco me parecía un elemento en común porque mi padre siempre ha estado muy pegado a mi mamá. Luego me fui enterando de que en su juventud fue todo un Don Juan.
En cuanto a los gatos, no son ni cerca una pasión para él. De hecho, nunca hemos tenido felinos en casa; tan solo un periquito que se llamaba Mateo. Con el tiempo, la relación entre Maier y Hemingway se hizo más evidente.
La encontré primero en Cuba. Mi madre, Martha Quintana de Maier, nació allí. Aunque mi papá nunca ha ido, supongo que a través de los platos que prepara mi mamá -el congrí, el tamal en cazuela, la yuca con mojo, el lechón al horno- conoce mejor la isla caribeña que otras personas. El carácter dionisíaco de Hemingway también es algo que podría decir caracteriza a papi. Ambos admiradores de la belleza (lo que sea que esto signifique), el vino y el buen comer.
Yo tenía apenas 11 años cuando Hemingway abrió sus puertas. Recuerdo acompañar a mi papá a muchas tiendas y almacenes para comprar cosas para el negocio, incluso comprar lo cuadros del lugar y el piano de cola fue su mayor ilusión. Cada detalle fue pensado bajo el carácter calculador del ingeniero industrial que devino en restaurador.
Durante esos años de pre-adolescencia, mis fines de semana los pasaba brincando entre el Hemingway y el Hermann. Jugaba a ser mesonera, cajera, cocinera (cuando me dejaban), y por supuesto, cliente.
Crecí con los sabores de ambos restaurantes. Quizás por eso, y porque claro es de la familia, siento que son de los más sabrosos. La casa está donde están los sabores de la infancia y los míos están en esos dos segundos hogares.
Pero como esta nota se debe centrar en el Hemingway, dejo a un lado el Hermann y comparto que lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en el lugar es en la silla donde mi papá se sienta todos los días. El cuero está un poco desgastado por el tiempo y su ubicación es estratégica. Está en el extremo de la barra por donde pasan la mayoría de los mesoneros y platos.
Hermann todo el día analiza cómo salen los platos del menú: si tienen buen aspecto, si el atún o la carne están muy cocidos o poco, si es mucha cantidad, también si es poca o si la ensalada se ve viva, llena de colores y alegría; se fija en cada detalle y regaña mucho. Todos los días regaña a los trabajadores de ese pequeño espacio que alguna vez intentó ser un club privado, especialmente para fumadores de tabacos, pero que con el tiempo varió su concepto.
La ley emitida por el Gobierno en febrero de 2011 con la que se prohibió fumar en el interior de lugares públicos y oficinas de trabajo, llevó a que las decenas de lockers (humidificadores de tabaco) dispuestos en algunas paredes, quedaran como elementos decorativos. Por un momento se sintió como si el esfuerzo había sido en vano, pero como siempre, papi ante las adversidades se reinventó. Buscó crear nuevas recetas, hacer nuevos menús, mi hermano mayor comenzó a ayudarlo en la empresa y Hemingway logró una nueva personalidad: los tabacos ya no hacían falta.
El tiempo también hizo que el lugar, que por años exigió una membresía para entrar, se convirtiera en un espacio de entrada libre.
Para mí, el Hemingway es el lugar donde he hecho tablaos flamencos, celebrado días de la madre y del padre, suavizado el dolor del entierro de mi tío Werner, escuchado boleros, almorzado o cenado con mi mamá, y grandes amigos como Diego Arroyo Gil y Michael Ascencio, también con varios novios y con alguno… hasta he terminado. Es el lugar donde mi hermano Alexander y su esposa Vanessa se casaron por civil. El sitio que como la vida es espacio donde uno puede preguntarse “por quién doblan las campanas”, pero sobre todo responderse “doblan por ti”, papi.
Fuente El Estímulo
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Originally posted 2016-09-22 16:29:23.