Gabriel Agüero, teatro, joven actor, venezolano
El dinero no mueve al artista a la hora de aceptar un proyecto. Son sus ganas de alimentar la pasión que lo acompaña desde los 10 años de edad lo que lo lleva a dar el sí a las propuestas arriesgadas.
Antes de salir a escena, Gabriel Agüero ignora al fantasma preguntón que quiere llenar su cabeza de dudas. El murmullo del público, la amenaza de que se le vaya la letra, un tropezón y su severa autocrítica son los aliados del espíritu burlón que se sienta en una butaca de la primera fila.
El joven actor lo enfrenta, lo mira cada tanto a los ojos, lo hace reír y llorar, lo emociona y lo termina de desvanecer con el aplauso final del público, el sonido que lo despierta del trance, con el que los personajes que interpreta le devuelven su cuerpo sudado, agitado, desgastado.
Es un médium para esas almas que nacen en los textos de reconocidos dramaturgos. El día que cambió la vida del Sr. Odiocambió también la suya, pues en el año en el que presentaba la obra recibió el Premio Marco Antonio Ettedgui 2015.
Su entrega y preparación lo convierten en un artista respetado a los 29 años de edad. Ha sido la crítica frontal a los personajes que ha interpretado en piezas como Celebración, Piel mercurio, El loco y la camisa y ahora Rojo la que le ha permitido crecer artísticamente y no repetirse.
“Esta obra se perfilaba como un cierre de un ciclo profesional para evaluar si me iba o no de Venezuela”, cuenta el intérprete acerca de la pieza con la que participa en el II Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense.
“Aquí hay cosas por hacer. Hay proyectos en los que uno cree, ¿para dónde voy a agarrar? Desde el teatro estamos haciendo una labor importante. El trabajo ha sido lento. Por ejemplo, en la Caja de Fósforos van entre 60 y 70 personas por función, pero es un público fiel que se ha ganado”, afirma el fundador del grupo Deus Ex Machina, junto con los actores Rossana Hernández y Elvis Chaveinte.
Su voz se pierde en medio del ruido que se encarama por las rejas de la terraza de la panadería en la que estuvo media hora esperando por el periodista. Un vaso de café vacío es la prueba de fehaciente de la impuntualidad del entrevistador. Sin embargo, en su rostro no hay gesto de molestia, o la supo disimular, como buen actor con formación en el Rajatabla.
“Pertenezco a una generación muy distinta a la que vivió esa época en las que nacieron los grupos sólidos. Los teatreros de ahora somos una masa de jóvenes que cree en el teatro, trabajamos todos con todos, con nuestras diferencias y maneras de abordar las cosas”, dice.
Una licuadora tratando de pulverizar las semillas de un jugo de parchita logra machacar algunas de las oraciones que suelta Agüero en plena hora del almuerzo. No es una estrella mediática, tampoco es su interés, por eso pasa inadvertido en medio de la multitud que, fuera de las tablas, tal vez haya visto su rostro en uno que otro comercial o en un capítulo de Escándalos, su primera incursión en televisión.
“No me veía muy cercano al formato de TV, pero ahora hay propuestas arriesgadas, más profundas como esta y Prueba de fe. En cine estoy haciendo una película experimental, es un proyecto muy interesante. Con todas estas experiencias audiovisuales he emprendido otra búsqueda”, expresa mientras sincroniza su mirada. Hace contacto visual 5 segundos y el resto ve a su alrededor, como un chiquillo inquieto, y así se siente. “Uno siempre tiene que responder como si fuera un niño. Así empecé a actuar, sin conciencia, como el bebé que aprende a caminar”.
Ese instinto lo llevó a no tener claro su camino en un principio. “En bachillerato me fui por ciencias en vez de humanidades. Estudié Psicología un año y allí atendí mi verdadero llamado”. Ingresó a la Escuela de Artes de la UCV, de la que egresó en 2012. Desde entonces es una de esas especies en extinción que puede decir que vive del teatro en Venezuela.
“No acepto un proyecto solo por lo económico. Claro, no estoy trabajando gratis tampoco, pero no es lo primero que me llama. Sin embargo, debo decir que los teatreros somos muy culpables de muchas cosas porque no sabemos hablar de dinero. Debemos aprender a negociar desde la primera sentada”, asegura.
Agüero cree que en medio de la situación del país, el papel del teatro debe estar muy bien definido. “Todo está bañado por la crisis, pero nuestra labor es aferrarnos al arte. Siento que nos hemos convertido en voceros políticos. ¡No! Hay politólogos formados para eso. Desde nuestra profesión también podemos plantear lo que nos inquieta, pero con otros códigos”.
Un artista desaprendido
Gabriel Agüero se descubrió en el personaje que interpreta en Rojo, su más reciente proyecto teatral. “La Escuela de Artes fue para mí un requisito académico. En ese entonces no profundicé en materiales teóricos porque estaba llevado por las ganas de hacer teatro. Ha sido grato releer El nacimiento de la tragedia de Nietzsche. Uno como actor debe desaprender para volver a aprender, vaciarse para volver a llenarse. Mi personaje es un aprendiz que entra vacío, sin vicios, y a lo largo de la obra va formándose como artista. Me conecta con el Gabriel que retomó el teatro a los 18 años y terminó siendo el Gabriel de ahora”.
Fuente El Nacional / El Nacional Web
Gabriel Agüero, teatro, joven actor, venezolano
Originally posted 2016-08-16 20:10:24.