Fariñez y Ferraresi, el país unido que podemos ser

Notes

 

El chamo de Catia y el de Los Andes, el que juega en el exterior y el que solo conoce el fútbol local. La selección que dirigió Rafael Dudamel es un ejemplo de integración y compromiso por un mismo objetivo: superar las rencillas del pasado

Es domingo, 11 de junio de 2017. Hora: 7:47 am. El árbitro asigna cuatro minutos adicionales. Venezuela está abajo en el marcador por un solo gol, en su primera final mundialista, ante Inglaterra. Todos los jugadores se concentran en el área, ávidos por concretar la última oportunidad de la Vinotinto, un córner. El portero también sube. Es Wuilker Fariñez, y solo ha recibido dos tantos en el torneo, donde la selección avanzó invicta hasta la máxima cita sub-20.

Se aleja de su arquería para atacar, como lo hacía en Nuevo Horizonte, Catia, desde los 5 años. Aquel jugador, que hace menos de dos décadas pateaba por primera vez un balón, es ahora conocido por todo un país —que observa expectante su último movimiento, sin importar la diferencia horaria entre Corea del Sur y Caracas. “La situación lo ameritaba. De niño, también jugaba y porteaba. Si mi equipo estaba perdiendo, me metía en el juego”, recuerda, durante una entrevista para Clímax. “En mi barrio hay una canchita de tierra, y aprendí a jugar ahí. Siempre soñé llegar a un mundial, siempre fue mi meta. No sabía que se cumpliría tan pronto”, se anima.

Wuilker tiene 19 años —que cumplió el 15 de febrero— y ha sido futbolista más de la mitad de su vida. Tras tres años de caimaneras, a los ocho lo inscribieron en el equipo del colegio San Agustín El Marqués. Su tío y su papá se turnaban para llevarlo a los entrenamientos, que eran bastante lejos de casa.

Una vez, a sus 9 años, camino a un partido en San Antonio de los Altos, un aguacero y la billetera vacía de su padre casi quiebran su fortaleza. “Hemos vivido momentos duros. Ese día no nos tomamos ni un agua, porque teníamos el dinero justo para los pasajes. Nos mojamos. Llegó llorando a la casa. Estábamos pasando una situación económica mala”, comentaba su padre en una entrevista radial, un día después del subcampeonato logrado por la selección nacional. “Le prometí que cuando cobrara la quincena, le compraría una hamburguesa. Eso era lo que le gustaba a él”, relata.

“Verlo en un mundial es algo inexplicable. Lo ves y lo ves, y no lo puedes creer. Horas antes, me dijo por teléfono que le diera la bendición, que eso era lo que necesitaba el equipo, porque garra y ganas tenían”, señala el progenitor, quien sólo tiene halagos para el joven. “La buena crianza en los barrios es muy importante, y él es un muchacho tranquilo, nunca me dio un dolor de cabeza. Siempre fue muy disciplinado, centrado en sus metas. Su mamá y yo siempre le damos gracias a Dios y se lo encomendamos. Hay que vivirlo, para saber cómo se siente tener a un hijo como Wuilker”.

Fariñez es ficha también del Caracas Fútbol Club, equipo que se jugaba la final del Torneo Apertura al momento de esta entrevista. Se integró al campeonato local en poco más de una semana, tras su regreso de Corea del Sur. “Lo importante ahorita es seguir formándonos, seguir aprendiendo. Esta final con el Caracas es una nueva oportunidad, y trabajamos para ser campeones”.

Sus afirmaciones son tan precisas como sus atajadas. “Trabajamos con ambición desde el Suramericano. Somos una familia, y siempre confiamos en que lo íbamos a lograr. En la cancha, sudamos con el objetivo de darle alegría al país. Vamos bien, y debemos continuar aprendiendo, con mucha fe, orando. Tenemos dos grandes compromisos como selección: el preolímpico, y la clasificación a Catar”.

La historia de Wuilker se repite constantemente en las zonas populares de Venezuela. No todas con el mismo éxito. Paralelamente, también se desarrollan futbolísticamente jóvenes con menos precariedades. El talento y la constancia se convierten en un espacio de encuentro. “Fue una bendición cuando él dijo que quería jugar fútbol”, declaraba Alfonso “Poncho” Ferraresi para el programa radial Conexión Goleadora, tras el choque contra Estados Unidos donde el gol de su hijo, Nahuel, ratificó la clasificación de Venezuela a la semifinal del Mundial sub-20.

Transcurría el minuto 115 del encuentro de cuartos de final. La Vinotinto ganaba por la mínima, con gol de Adalberto Peñaranda en el 95’. Después de una parada de Klinsmann —el arquero estadounidense— un tiro de esquina le dio al conjunto llanero la oportunidad de aumentar la ventaja. Ferraresi no la desaprovechó. “Si me lo decís días atrás, no me creía que ocurriría este momento”, afirma el padre, futbolista argentino que jugó otrora con Deportivo Táchira. “Yo le decía: ‘tenerte fe, que vas a hacer un gol de cabeza, porque estás haciendo contacto con la pelota. Vas a ver que lo harás, vas a llegar’. Tuve una alegría tan grande. Estar tan lejos de nuestras casas y darle esta alegría al país. Estos pibes de verdad se comen la cancha. Nunca grité tanto un gol como jugador, como grité este gol de mi hijo”.

Nahuel nació en San Cristóbal, Táchira, el 19 de noviembre de 1998. Tuvo en la cancha 12 de Febrero, de Táriba, su primer encuentro con la disciplina. Pero su estadía en el estado andino fue breve. Se mudó a Argentina, y con 12 años debutó como delantero en las divisiones menores del Velez Sarsfield. En 2013, con 15, cambiaba de posición y de equipo, para convertirse en volante ofensivo de Ferrocarril Oeste.

“Jugaba en Argentina, pero siempre quería venir a Venezuela. Venezuela también es mi país. Aquí las fiestas son preciosas. El regalo de papá Dios que siempre pedía Nahuel era pasar Navidad aquí, en casa de su abuela. Aquí aprendió a jugar fútbol, y tus amigos del fútbol son hermanos de la vida. Llegar a Táchira lo hacía muy feliz”, continúa el progenitor.

También anhelaba recibir el llamado de la selección sub-17. Pero, en 2015, tras 12 días de entrenamiento en un módulo en Mérida, no fue convocado. “Nahuel es un muchacho que trabaja con todo, se esmera. Siempre está entrenando. Comenzó a trabajar con Eduardo Saragó, después de no ser convocado. Estaba muy delgado, apenas 73 kg. Él lo vio espigado, grandote y lo puso a jugar como defensor central”, relata el papá. “Cuchillo entre los dientes, tenés que seguir”, fueron las palabras de aliento de su padre.

El trabajo motivacional y físico se complementó con una nutricionista. “Ella evaluaba su capacidad ósea, y determinaba cuantas porciones de proteínas y carbohidratos debía consumir. Llegó a 81 kg. También trabajamos su coordinación”.

Su evolución y nuevo puesto lo llevaron hasta el club argentino Nueva Chicago, de segunda división. La mejora fue vista por Dudamel, y Ferraresi integró la selección sub-20 que logró el tercer lugar en el Campeonato Suramericano, resultado con el que Venezuela accedió al Mundial de la categoría. “Es un tema muy lindo, muy emocionante. Yo soy un hincha feroz y me pongo la franela de Venezuela todo el tiempo”, cierra el Ferraresi mayor.

Nahuel agradece el respaldo de su padre. “A él le debo todo. Desde chiquito sabía que me dedicaría al fútbol, y fue muy bonito que él siempre estuviese conmigo”, expresa en entrevista para Clímax. “Llegar a la selección requirió de una lucha con mucho sacrificio. El primer módulo no fue fácil, pero en cada intento sumaba experiencia. Mi papá siempre me apoyó”.

Seis años en Argentina no han variado su acento tachirense al conversar, pero sí han sido determinantes en su crecimiento como futbolista, asegura. “Irme de Venezuela a los 12 años fue complicado. Tuve que aprender mucho, adaptarme a la viveza del fútbol argentino. Con Chicago tuve buen roce, y regresé al país con una buena base”.

El ahora ficha del Deportivo Táchira —como una vez fue su padre— valora su llamado a la selección y habla del conjunto con familiaridad. “La verdad, fue muy emocionante. Había trabajado mucho para formar parte del equipo. Estar ahí, ir al Suramericano, al Mundial, poder aportar mi grano de arena a la selección ha sido muy importante para mí. Desde el primer momento mis compañeros me recibieron de forma increíble. Hemos compartido mucho. Somos una familia”.

“El fútbol los reúne en un espíritu de superación”

Richard Páez, exseleccionador nacional, afirma que en la cancha no existen barreras sociales y que la cohesión es un proceso que surge de forma natural. “El fútbol tiene magia. Los niños, desde pequeños, sueñan con ser grandes futbolistas. Cuando juegan no hay distingo de clases sociales, color de piel, pensamiento. Son un equipo”, afirma.

“Un grupo de muchachos es llamado a la selección nacional por su talento. Esto es lo que tienen en común, y desde el talento todos son iguales. Cada uno llega con experiencias de vida distintas, pero lo importante es la disposición que tengan para trabajar juntos por un objetivo común”.

Destaca que los valores intrínsecos en la práctica deportiva contribuyen a la unión. “El fútbol es un fenómeno social. La Vinotinto lo es también. Inculcamos valores como la convivencia, amistad. Estoy convencido de que es así, por lo viví. Aquí no importa el origen. Al final el fútbol los reúne en un espíritu de superación”.

No obstante, admite que, actualmente, existe un desequilibrio social importante entre los jugadores. “Cuando yo dirigí fue diferente. Ahora, la realidad social y política de Venezuela te muestra dos caras muy distintas, brechas abismales. El fútbol se convierte entonces en un punto medio, de encuentro. Como técnico debes lidiar con el objetivo individual de cada futbolista, y darle cabida al objetivo común”, asiente.

“En el deporte podemos tener a la Venezuela que todos soñamos. Una que es autónoma. Qué dolor da ver a esta Venezuela dividida por un régimen al que no le importa el pueblo. La Vinotinto de 2001 surgió también en medio de una crisis política, y logró llenarnos de valores, de alegrarnos con resultados. Hoy, la selección sub-20 lo hace en un punto más elevado de la crisis, para demostrarnos lo que podemos conseguir si nos unimos, sin distinciones”.

Confiesa su admiración por los dirigidos por Dudamel. “Ellos demuestran que el talento del jugador venezolano supera cualquier obstáculo. Cuando uno evalúa el fútbol local descubre deficiencias en todo. No hay infraestructura, hay carencias en la federación, no hay una estructura de desarrollo sólida. Es tal el talento de estos chicos, que lograron un subcampeonato mundial con estas condiciones. En 2001, se le demostró al país cual era el estilo Vinotinto, y ellos lo representan: aquí se juega con corazón. Se juega para ganar”.

Disciplina, entendimiento y convivencia disminuyen las barreras

El nivel socioeconómico y educación de los deportistas deben ser considerados a la hora de asumir la integración de un equipo deportivo, asegura Roger Rondón, cofundador de la ONG venezolana Deporte para el Desarrollo, y coordinador del programa Gröna Sidan en Medellín, Colombia. El psicólogo deportivo señala que, si bien, a todos los jóvenes los une la pasión por el fútbol, independientemente de su origen social, es importante conocer sus realidades para crear un espacio de convivencia que favorezca la cohesión del grupo.

“Es complejo opinar desde afuera, porque cada proceso grupal y deportivo es bien particular y su evaluación presencial es importante. Sin embargo, existen factores comunes que afectan a los integrantes de diferentes equipos. El nivel socioeconómico y sector de donde provienen los jugadores, su realidad educativa, incluso factores como la alimentación deben ser estudiados, pues estos pueden variar mucho entre chicos con carencias y aquellos que han tenido mayores oportunidades”, afirma el especialista.

“Si bien, para ambos, convertirse en jugador profesional simboliza la posibilidad de conseguir algún tipo de estatus, el enfoque puede ser distinto. Para el chico con menos recursos obviamente simboliza y representa la gran oportunidad de saltar un nivel socioeconómico, poder aspirar a un estatus o nivel que de otra manera no podría lograr. Y, más allá del dinero, para estos chicos el tema de reconocimiento también suma. Demostrar lo que son capaces de hacer y tener una fuente de ingreso haciendo lo que les gusta y que han venido desarrollando”, explica.

“Otra diferencia importante es que, si eso no llegara a pasar, si no logran un contrato, su vida es más inestable que en el caso de un chico de su mismo equipo, que tenga mayores posibilidades. Este otro tendrá un abanico de opciones un poco más amplio. Podrá probar la posibilidad de avanzar en el balompié a través de otras vías, como el fútbol universitario, que en Estados unidos y Canadá es una opción frecuente. Y de no seguir una vida deportiva, igualmente tiene la posibilidad de estudiar. De repente alguno de los padres tiene un negocio próspero, donde pueden insertarse laboralmente. Esa es la diferencia fundamental entre alcanzar una meta en un caso o en el otro”.

Rondón advierte que la integración de ambos jóvenes depende de la inteligencia de su cuerpo técnico. “El equipo siempre va a generar una dinámica, pero depende de los dirigentes que sea una dinámica deseable. Es fundamental un DT con la cabeza clara, que comprenda la importancia de herramientas para fomentar el trabajo en equipo, que use estrategias para enseñarlos a trabajar las frustraciones y el ego”.

El psicólogo afirma que, aunque no sean limitantes, las carencias pueden influir en el desarrollo deportivo. “En mi experiencia con categorías menores, siempre teníamos tres o cuatro chamos por equipo que tenían muy bajos recursos. Debían trasladarse en transporte público, no tenían dietas adecuadas para alguien que apunta al fútbol profesional, y algunos, incluso, trabajaban para mantenerse económicamente, mientras el fútbol comenzaba a dar frutos”.

Sostiene que, además de los factores socioeconómicos, la situación política que atraviesa Venezuela también influye en la cohesión de los equipos. “Lo que pude ver en Venezuela los últimos meses, con equipos sub-17 y sub-20 con los que trabajé, me generó sentimientos encontrados. Ves muchachos que han invertido mucho dinero en sus carreras, a los que ser heridos en una manifestación puede costarles la carrera. Aún así, se unen en un ideal común. Los veías salir con sus franelas o gorras del equipo a marchar, sin importar la proveniencia de ninguno, sabiéndose iguales”, relata.

“La situación venezolana ha afectado a los distintos sectores de la población y lo seguirá haciendo durante un tiempo. A estos chicos les ha tocado madurar más rápido, pero lejos de debilitarlos, les ha fortalecido mucho el carácter. En este momento histórico que le ha tocado vivir a la selección nacional en el mundial, estoy seguro de que desde el primer minuto ellos sabían la importancia y el refrescamiento que podían lograr para el país. Ante esa gran presión de ser esa válvula de escape, lograron mantenerse firmes. El fútbol venezolano ha avanzado mucho”.

Claudia Contreras, psicóloga deportiva, e integrante de Deporte para el Desarrollo, coincide con Rondón, pero es más cauta al determinar el alcance de la estimulación de jóvenes con distintos orígenes socioeconómicos. “Por ser seres sociales de interacción, las condiciones bajo las cuales un joven se vincula a un equipo dependerán de su aprendizaje y de la forma como se relaciona con su entorno. Si bien es cierto que podrían tener motivaciones distintas condicionadas por la vida que llevan, habría que evaluar con mayor profundidad cada caso, para comprobar que existen configuraciones sociales particulares en aquellos que se enfrentan a realidades distintas”.

Héctor González, sociólogo, y cofundador y director de Deporte para el Desarrollo, diferencia el fútbol base y el profesional a la hora de exponer el tema. Asegura que las barreras sociales existen, pero disminuyen a medida que el jugador se acerca a equipos adultos. “¿Puede el fútbol borrar las diferencias entre los jugadores de un equipo? La respuesta es sí, mientras convivan en un espacio. Hay una diferencia entre el fútbol base y el de alto rendimiento, que hace más óptima la cohesión en equipos profesionales. A nivel de ligas, clubes, la interacción es más baja, porque sólo se encuentran a la hora de entrenar o jugar, situación que cambian cuando llegan a selecciones”.

Como Richard Páez, afirma que el talento se convierte en un espacio habitable para chicos de diversas realidades sociales. “La captación se hace dónde está el talento. Si lo buscas donde quiera que este esté, ya de entrada deberías tener algunas herramientas para manejar este grupo de realidades. El primer obstáculo es la diversidad tan grande que se ve en términos de educación, de conocimiento sociocultural, de carencia cultural. En esta etapa inicial, de conformación del equipo, es necesario crear condiciones de convivencia para que el equipo funcione. Hay normas que se imponen y otras que surgen del día a día. Esta situación demanda de tiempo que no siempre se tiene”, plantea. “Es súper delicado, porque estás poniendo a todos los jugadores en un mismo punto de partida, los estas igualando, y unos sabrán desenvolverse mejor que otros”.

Señala que la situación socioeconómica del país influye de forma negativa en los deportistas que no logran consolidarse. Por ello, da importancia al desarrollo de programas que atiendan este escenario. “El tema actual del país es alarmante. No todos los jugadores que llegan a probar en un equipo llegan al profesional, y no todos los que llegan se establecen. La pregunta que nos hacemos en Deporte para el Desarrollo es ¿qué pasa con ese muchacho que invirtió cinco años haciendo el intento de llegar a profesional y no lo logra? Ahí hay un número grandísimo. Y no sólo en futbol, en béisbol es mayor. Muchos vuelven al contexto inicial. En el caso de los niños que se estaban alejando de la violencia, regresan, vuelven al punto donde estaban. Es aquí donde es importante que tengan un proyecto de vida”.

Fuente El Estímulo