¿Has oído hablar sobre la versión caraqueña del popular juego de mesa (Monopolio) producido por la empresa estadounidense Hasbro?.
La versión criolla del juego de mesa —que consiste en la compra de bienes raíces y activos para convertirse en un magnate de los negocios sin igual mientras llevas a los demás jugadores a la ruina—, empezó como una iniciativa de dos venezolanos, que viven en Perú, para hacer algo en su tiempo libre durante la cuarentena.
El buen recibimiento de su proyecto en confinamiento, que se traduce en miles de comentarios e interacciones positivas, los ha llenado de felicidad, según cuentan en conversación con El Diario.
Los creadores
Ella. “Mi nombre es Silmar Silva, tengo 26 años. Estudié diseño en el Colegio Universitario Monseñor de Talavera”, dice.
Tiene un túnel en una oreja, y los brazos entintados, lo que da pistas de uno de sus oficios: hacer tatuajes de henna (temporales).
Se define como “cien por ciento vallense”, gentilicio para denominar a los oriundos de El Valle, parroquia ubicada en el suroeste de Caracas, pues allí vivió toda su vida, en las residencias de Los Samanes.
Ahora trabaja con una firma de abogados en Perú.
El. “Me llamo Ángel Calzadilla, tengo 29 años. Yo hice un curso de ilustración en la Academia Pigmalion —un centro educativo ubicado en Sabana Grande donde imparten enseñanzas de tatuajes, piercings, maquillaje, fotografía—.”
Creció en la urbanización Alberto Ravell, de El Valle, un conjunto de aproximadamente 17 bloques con más de cincuenta años de antigüedad.
Se encarga de la presentación de escritos en el mismo despacho legal en el que trabaja Silmar.
Unidos por «Cupido»
Ambos fueron presentados por un amigo en común, al que no dudan en definir como su cupido personal. Si estuviesen casados, estarían celebrando las bodas de barro en Lima.
“Tenemos nueve años juntos ya, y qué te puedo decir. Nos encanta comer, yo soy Aries y Ángel es Tauro, somos super gorditos los dos. Amamos a los perros, tenemos dos hijos hermosos llamados Thor y Kira. A Kira la tengo tatuada, y están en Venezuela. Esperamos tenerlos pronto con nosotros. Nos gusta ver series y apoyamos el rap venezolano”.
Cuenta Silmar que desde siempre ha amado el diseño, y que a la pareja le encanta crear con cualquier material, incluso reciclado. “Darle nueva vida a cosas que la gente ignora”.
Cuando se les pregunta que por qué se fueron, responden: “la situación país”, una frase comodín de la que los venezolanos se han apropiado para resumir la falta de electricidad, de agua, de servicios básicos, de hiperinflación, de inseguridad, de miedo en las calles, de impotencia por no poder cambiar nada.
Con casi todos sus amigos fuera del país, se les fueron acabando las razones para quedarse en Venezuela.
Pero también, acotan, querían conocer gente y lugares nuevos. “Somos chamos, queríamos vivir la vida”, dice Silmar. Se convirtieron, en abril del año 2018, en dos de los 860.000 venezolanos que residen en Perú.
El entorno en Perú
Solían manejar bicicleta por las calles limeñas y pasear por el malecón, visitar museos, degustar todo tipo de platos, fieles a sus ganas de comerse el mundo. Pero el 15 de marzo de este año todo cambió.
“Perú, está en nuestras manos evitar la propagación del coronavirus”, escribió el presidente peruano Martín Vizcarra en su cuenta de Twitter.
Iniciaba la cuarentena en el país suramericano. Para el 15 de marzo, Perú reportaba 71 contagiados con el Covid-19. Para la fecha de este reportaje, el país latinoamericano, cuna del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y del reconocido chef Gastón Acurio, cuenta con 51.189 contagiados y 1.444 fallecidos por el virus.
Una cuarentena y una idea
El confinamiento hizo que Silmar y Ángel buscaran qué hacer mientras estaban encerrados entre cuatro paredes, evitando el enemigo invisible que acosa al mundo entero. Eso, dicen las campañas de concienciación social, es todo lo que hace falta para ser un héroe hoy en día.
Un recuerdo llegó a la mente de la pareja: el del abuelo de Ángel, Federico, que tenía como tradición jugar una partida familiar de monopolio cada tanto en la casa con sus hijos y nietos.
Una breve visita a una bodeguita cerca de donde viven les hizo comprar un monopolio de “Soy Luna”, que costó ocho soles, o poco más de dos dólares.
Y entonces se preguntaron: ¿Por qué si hay un monopolio de «Soy Luna», no puede haber uno de Caracas?
El inicio de todo
“Lo hicimos para recordar a nuestras familias. El monopolio era una tradición familiar. Dijimos entonces: ‘vamos a dibujar y hacer cosas de Caracas’. Era algo que íbamos a pasar a nuestros amigos, que están casi todos regados por el mundo. Como para decirles “Mira, estoy haciendo este juego, vamos a una videollamada y jugamos una partida’. Así también evitaba agobiarme con el estrés de la pandemia”, relata Silmar.
Por 27 días, la pareja venezolana empezó un trabajo artesanal que, sin saberlo, tocaría las fibras emocionales de miles de compatriotas.
La idea no era nueva. En la década de 1970, en pleno boom petrolero, salió una versión de Monopolio, fabricada en Venezuela, que tenía Caracas como escenario y que hacía énfasis en el centro de la ciudad como la zona más top.
Ahora, a partir de este juego, se puede ver la capital venezolana a partir de los prismas de Silmar y Ángel.
Lo propuesto, pues, es su visión de Caracas, de la ciudad que habían conocido y vivido y padecido. Un valle en el que uno se puede comer un perro caliente en Las Mercedes “donde Rulo”, en la que uno va a Los Jardines del Valle a comer arepas quién sabe a qué hora, en la que uno va al Estadio Universitario a disfrutar de un Caracas-Magallanes y a secarse la garganta con un par cervezas —birras—.
La Caracas en la que está el Museo de los Niños, visita obligatoria de todos los niños y jóvenes que residan en la ciudad. La Caracas de las “calles del hambre” y sus hamburguesas de varios pisos de carne y multitud de ingredientes, del teleférico, de los policías —pacos— y su particular approach a los ciudadanos, y de las alcabalas.
La Caracas que siempre da a todos los que viven en ella el placer de ver una montaña de arquitectura natural digna de elogio.
“Caracas es lo más bello que existe. En este tablero está la ciudad vista a través del cristal lindo, como fue en algún momento y cómo va a volver a ser. Nos encantaría poner Caracas entera, pero sería un juego infinito”, asoma Silmar.
Silmar fue compartiendo la creación de Caracas Monopoly en sus historias de WhatsApp.
Cinco o siete amigos la veían y la animaban cada vez que avistaban un avance en la obra. Ángel hizo los dibujos y coloreó parte del tablero.
- Silmar hizo las tarjeticas de las “calle del hambre”, de los “macundales” —vocablo venezolano que viene de la adaptación coloquial de la marca Mack & Dales, materiales dados a los trabajadores petroleros venezolanos por las empresas estadounidenses que venían a explotar el crudo nacional—, además del logo en el centro del juego.
Éxito inesperado
¿Qué es lo que hace que un contenido en redes sociales se vuelva “viral”? El propio término, en medio de la pandemia del Covid-19, debe parecer un chiste de mal gusto para los mercadólogos.
Se refiere, para los que no lo sepan, a la capacidad de un contenido difundido en redes sociales de expandirse “como un virus”, lo que implica que sea ampliamente compartido por la gente.
El “cómo” es el gran enigma que parece eludir hasta a los más versados de la publicidad y el mercadeo. Parece una lotería lo de lograr el éxito en redes sociales.
Casi con un poco de pena, Silmar admite que le daba muy poco uso a su Twitter.
Ella es más de usar Instagram y Facebook. Sus tuits de mayor relevancia e interacción llegaban, con suerte y si el viento acompañaba, los 16 me gusta o RT. No llegaba a mil seguidores.
El dos de mayo fue la presentación oficial del proyecto ante el mundo.
A los tres días de haber publicado su pasatiempo en confinamiento, tuvo más de 4.300 retuits, 15.000 me gusta y miles de visualizaciones.
“Ahora amo Twitter”, dice entre risas.
“Con total sinceridad, confieso que lo quise compartir porque nos gustó mucho. Pero no esperábamos que tuviera tantas miles de vistas, quedamos muy impactados y estamos super agradecidos. Mi mamá no se lo cree, se está muriendo de felicidad. Mi papá, que vive en Estados Unidos, también está muy feliz. Tengo dos hermanitas pequeñas que están muy contentas, mi abuela, todo el mundo, todo ha sido super buena vibra”, dice Silmar.
Ángel va un poco más allá, e intenta descifrar el secreto del éxito del Monopoly Caracas:
“En mi opinión, creo que fue la nostalgia. Muchos vieron reflejadas las cosas buenas de su ciudad en en un tablero. En un pedacito de cartón ves muchos lugares, qué hacías, con quién ibas. Para nadie es un secreto que la migración separó a muchísimas familias, y este juego es una manera que tienen los venezolanos de ir un momentico a Caracas otra vez. Una de las cosas que uno aprende como migrante es que no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. A uno le hace falta ese nidito donde uno creció”.
No han faltado las entrevistas, las felicitaciones, las buenas vibras. “Hay gente que nos ha dicho que los hemos hecho llorar de felicidad”.
Para ellos la atención mediática es nueva, pero lo agradecen con una sonrisa permanente.
¿Y en el futuro?
Con todos los reflectores sobre Silmar y Ángel, muchos se preguntan cómo adquirir el Monopoly Caracas. Paciencia, pide la pareja criolla.
- Están haciendo todos los trámites legales, el patentado, y demás papeleo burocrático engorroso pero necesario para poder distribuirlo.
Silmar, lejos de abrumarse y paralizarse ante la inesperada popularidad, sueña con más. Ahora visualiza, en el futuro, hacer tableros de juegos de toda Venezuela.
“Nuestro país es una belleza y hay que enaltecerlo”, dice. Ángel culmina la frase: “Y qué mejor manera de hacerlo que de una forma artística, didáctica”.
En alguna parte de la historia de este par criollo puede hallarse el secreto del éxito que tanto buscan todos. Solo es cuestión de estar atento.