Carlos Cruz: Un cargamento de seriedad

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Traslada encima una masculinidad que, para un interlocutor no demasiado viril, se presiente como un cargamento casi insoportable. Literalmente, su apellido.

Sin embargo, Carlos Cruz llega a sus 35 años de carrera artística más liviano que cuando se le veía con frecuencia en la televisión. Bienvenido al club. Tiene dos morochos de ocho años, Ivana y Numa, que son la prioridad. «El arroz, la pasta, la harina o lo que quiera que se consiga son para los chamos. Te cambia tu dieta, empiezas a comer otra cosa y cuando vas a ver estás como medio país: sin quererlo, te has quitado 15 kilos de encima. Alguien en mi edificio me acaba de decir: ‘ahora sí pareces un actor'», refunfuña.

El hombre-camión se acaba de desprender de otro cargamento valioso: un matrimonio de 16 años con la diseñadora Graciela Luis. Por pura casualidad, que él prefiere ver como un sincronismo del universo, el recién divorciado celebra sus bodas de coral (¿esas categorías todavía se emplean?) con el monólogo Divorciarme Yo, de Orlando Urdaneta, desde el viernes 10 de marzo en la sala 1 del Celarg de Caracas. Le ayuda, confiesa, a exorcizar demonios.

«Pero Manuel, el personaje de Divorciarme Yo, ya tiene cuatro divorcios, mientras yo estoy debutando. Todo rompimiento, por más en buena lid que se haga, es traumático. Hubo planes de vida. Seguiré viendo a mis hijos, pero no es lo mismo. Ir perdiendo la cotidianidad es una de las cosas que más me entristece. Hay tecnología, pero no es igual un abrazo, un beso, un ‘te amo papá’ por un teléfono que apurruñados viendo la televisión. Afortunadamente todo ha sido armónico, en comparación con otros divorcios. Consensuado y hablado. Es una sensación de desprendimiento muy extraña. Un desconcierto. Un preguntarse: ‘¿Y ahora?'».

¿Recuerda el momento exacto en que se rompió el amor de tanto usarlo?
«Lo que era un sueño como proyecto de vida en algún momento se convierte en una camisa de fuerza: la cotidianidad, los deberes, el día a día, el nacimiento de los hijos. Por eso tanta gente se divorcia. Omitimos cosas. Nos acostumbramos. Eso va marchitando las cosas. Empiezas a darte cuenta de que hay un distanciamiento interno muy grande y ya no se puede rescatar. ¿Cuál fue el detonante? Me tocará reflexionarlo. Una relación es de a dos. La campana suena dos veces. Hay dos realidades y las responsabilidades son compartidas».

¿Qué es criar hijos en crisis?
«Uno trata de que tomen conciencia de que lo que tienen cuesta mucho conseguirlo. Y hay que comérselo. No estoy sembrándole odio a nadie. Pero sí le digo a mis hijos: ‘Estos tipos arruinaron a este país, y no me lo crean a mí, cuando sean grandecitos lo van a leer en los libros’. Uno trata de que no se corrompa su universo infantil. Y que los valores sean por lo que ven en mamá y papá. Mi papá no era un tipo comunicativo que se sentaba a explicarte a ti como era la vida. Pero tú aprendías viéndolo».

El atleta     
Érase en 1982 un charrasquero aficionado en un grupo de gaita de los altos mirandinos que un día ayuda como sonidista en un montaje de teatro infantil. Y hágase un actor.

¿Cómo es la foto del Carlos Cruz de 20 años que todavía no actúa?
«Un atleta. Tenía cualidades para tres deportes: voleibol, baloncesto y beisbol. Medía 1,86 metros desde los 16 años. Me pedían la cédula antes de los juegos. Tuve grandes posibilidades de haber llegado a la Liga Especial de Baloncesto, la selección nacional de voleibol o de haberme convertido en pitcher profesional. Sufrí seis esguinces en un tobillo y cinco en el otro. Me fui asustando y empecé a entrar nervioso a la cancha. Me fui retirando del deporte y quedé desconcertado: ‘¿Qué hago yo con mi vida?’. Muy mal estudiante. Al mismo tiempo, leía mucho en mi casa Los crímenes más sonados en Estampas, Edgar Allan Poe o el Siglo de Oro español.».

Curioso. Aquí hasta hubo quien dijo que en vez de presidente pudo ser pitcher
«Con la diferencia de que yo sí lo era de verdad. Lanzaba una recta por encima de 95 millas. Eso sí: nunca aprendí a tirar una curva. Hay entrenadores que aseguran que pude haber llegado a Grandes Ligas. Pero vivía en San Antonio de los Altos. No tuve quien me ayudara. Llegué a ‘picharle’ a Andrés Galarraga. Le di una base por bolas que no fue ponche por milímetros. El deporte me sembró muchos valores. Da una disciplina y una entereza que me han ayudado muchísimo como actor. Siempre he sido muy competitivo. Y en esta profesión lo soy igualito».

Generación Olegario
La conversación ocurre en un club. Cerca de una piscina. Gente en traje de baño. Simbólicamente, Carlos Cruz escoge un rincón apartado y poco glamoroso. Viste en tonos opacos. Da calor verlo. A los 25 minutos, dos niñas prácticamente perfectas que todavía chorrean agua se acercan en vivos colores para pedir «la foto con Olegario», el personaje que hizo en Cosita Rica (2003) y que podía ser visto como una alegoría de Hugo Chávez. El muchacho que las acompaña le pregunta a Cruz cómo hace para meterse «en eso de la televisión». La cortante respuesta también es simbólica: «Estudiar».

Vamos, cuente. ¿Qué le dijo exactamente Leonardo Padrón cuando le propuso a Olegario?
«Siempre me pregunté: ¿por qué Padrón me ofreció este personaje a mí, que soy más serio que un revólver, si hay otros actores a los que se les facilita más la comedia? Leonardo me explicó que me había visto en una telenovela de RCTV en la que aparecí solamente en el primer capítulo como un llanerote con sombrero que se rascaba un testículo (María de los Ángeles) y dijo: ‘Este es Olegario’. Lo que Padrón me pidió fue: ‘A este tipo tienen que amarlo y odiarlo’. Pero a Olegario lo amaron tanto los chavistas como los escuálidos. A mí se me acercaban los chavistas más chavistas y me decían: ‘Mi presidente no es así, pero no importa, me haces reír mucho’. Fue mi graduación en la comedia, que es algo muy serio. Después de ahí, no me dio más pena hacer nada».

¿Su seriedad ha sido una carga extra en el «camión de sabrosura»?
«Sí. Siempre he sido muy introspectivo. Paso por antipático, caigo mal, intimido. Por mi misma profesión, me aíslo más. La generación menor de 25 años es la que más me reconoce en la calle: es el efecto Olegario. Le encantaba a los niños, me imagino que lo veían como un payaso grande, como si estuvieran llegando Gaby, Fofó y Miliki. Son los fans de Olegario y no se les olvidará más nunca. Ese personaje era un niño grande. Lo construí desde la ingenuidad».

Un hombre nunca está psicológicamente preparado para que le digan «¡qué bueno estás!»…
«Claro. Nosotros nos tentamos rapidito. Ese es un tema que yo incluso he trabajado mucho en terapia junguiana, a la que empecé a asistir a finales de los noventa por problemas de pareja. Cuando yo hacía Cosita Rica, salía con unos amigos míos a un Centro San Ignacio, ponle tú, y de 300 mujeres, 298 se paraban a darme un beso y un abrazo. Uno va desarrollando una percepción: te das cuenta cuándo se te acercan por admiración o por cariño y cuándo hay otro ingrediente. En la medida en que he podido, trato siempre de no engancharme, o me hubiera vuelto loco. Más estando casado. Algunas veces pude manejarlo, otras no. Me ha ayudado a ser un poco más flexible en cuanto a mi personalidad. Siempre hice mi trabajo para que la gente no sintiera que yo era un baboso que se aprovecha de que es actor. Esa energía se ha ido trasformando con el tiempo en algo que me gusta más: siento que la gente me tiene afecto y respeto».

Una vez dijo que le gustaría tener un programa de entrevistas para hacer las preguntas que nunca le hacen a usted. Adelante, está invitado.
«Yo empecé haciendo teatro en un grupito de aficionados en San Antonio de los Altos y pasé cuatro años actuando por amor al arte. Entro en RCTV. Pasas a ser un empleado, empiezas a tener un quince y último. Esa es una pregunta que siempre le he querido hacer a un actor: ¿cómo repercute en tu cabeza convertirte en un asalariado? Si me preguntara eso a mí mismo, respondería: se convirtió en cuchillo para mi pescuezo. En mis primeros ocho años en la televisión fui tan romántico que los canales se aprovechaban y me pagaban dos bolívares. Hasta que un día exigí: ‘Ahora me tienes que pagar lo que represento en esta empresa, ya yo soy un producto’. Eso es algo de lo que no se habla mucho».

«Además, los actores le tienen pánico a decir algo malo del público. Hay una frase que nos ha hecho un daño terrible: ‘Tú te debes a tu público’. No, yo me debo a mi trabajo, a mi disciplina, a que me quemé las pestañas estudiando. Muchos actores son demasiado mano izquierda con la gente. Al público hay que hacerle entender que eres un ser humano que merece respeto. La gente no sabe cómo amanecí, si estoy triste, si se me murió un familiar, si no tengo un bolívar en el bolsillo. Hay personas que me han dicho: ‘Eres demasiado serio, a ti no se te puede olvidar que eres un actor’. Y yo les he respondido: ‘cuando salgo de mi casa casi nunca me acuerdo de que soy actor'».

¿Alguna de sus compañeras de la TV se ha parecido a su ideal físico de mujer?
(Largo silencio). «Yo siempre digo que, si yo llego a trabajar con Jennifer Connelly o Julianne Moore, me enamoro de ellas. ¿Pero compañeras mías? ¿En la televisión? Nunca he podido verlas de esa manera. Nunca».

(La expresión de aversión de su rostro sugiere que tener un mujerón en frente de técnicos, focos y decorados de cartón piedra, mientras memorizas los diálogos de las veinte escenas que debes grabar en una tarde, no te hace sentir precisamente dentro del jacuzzi de Christian Grey).

¿Divorciarme Yo pudiera ser vista como una despedida? ¿Un «véanme ahora, que no se sabe cuándo me volverán a ver»?
«La verdad, no. Lo asumo más bien como una apertura a otras cosas. Yo le dije al director Dairo Piñeres: ‘¿Nadie me lo va a celebrar? Pues yo sí. Lo quiero conmemorar. 35 años no son dos días’. El monólogo coincide con otro espectáculo que estoy armando y en el que incluso voy a cantar: no es musical, pero sí teatro con música. Quiero que en Divorciarme Yo se conjuguen todos estos 35 años como actor y mis 56 años como persona. Quiero poner aquí mi vida, mis miedos y mi profesión. He sido pesimista en otros momentos, pero en éste no. Tengo la esperanza de que interese. Que se me convierta en un sustento y me traiga beneficios económicos y artísticos. Con todo y lo constreñido que está nuestro medio, esto me revitaliza».

Fuente Estampas

Carlos Cruz, cargamento de seriedad, actor venezolano