Aprender con los hijos

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Es la propuesta de vida gaviria, «madre de tres, licenciada en Idiomas, productora nacional independiente, curiosa de temas de crianza, relaciones y psicología». Conocida en las redes como @modomama, hoy obsequia a los lectores de estampas la presentación y un abreboca de su recién lanzado libro: vida en familia.

Este libro nació mucho antes de ser publicado. Probablemente, cuando a los ocho años jugaba en Maracaibo con la máquina de escribir heredada de mi abuelo, a que era maestra y preparaba mis clases para que mis alumnas aprendieran a recitar Margarita del poeta nicaragüense Rubén Darío. Desde ese entonces siento la necesidad de comunicar, por lo que durante mi vida me he dedicado a descifrar el mensaje más allá de las palabras y es así como hoy en día lo que más disfruto es contactar con esos niños que hablan cuando un padre o una madre piden ayuda. Me apasiona comprender la conducta humana y, más aún, confirmar el impacto que tiene una crianza amorosa y presente en nuestras vidas, incluso en la adultez.

Para el momento que escribo este libro, tengo un adolescente, una preadolescente y una niña, por lo que puedo decir que vivo con la evidencia de que levantar a unos seres humanos con amor y respeto, a la vez que se disfruta el proceso, es posible y, además, gratificante. Desde hace tiempo procuré hacer más evidente cualquier momento de crisis o duda y me permito aprender de lo que vino a mostrarme. Creo que mis hijos son mis maestros y asisto todos los días emocionada a sus clases sobre la vida. Cualquier situación con ellos trae un aprendizaje que estoy dispuesta a conocer y transitar, por lo que te invito igualmente a descubrir a través de mi experiencia, una nueva mirada que te lleve a una versión más auténtica y compasiva de quién eres como padre o madre.

Gracias por permitirme entrar a la intimidad de tu rol. Espero que al final de este libro sientas más tranquilidad respecto a los retos que supone levanter hijos de ‘bien’ y que disfrutes el viaje emocionante y desconocido de la crianza.

Capítulo I
EL EMBARAZO

La vida comienza antes de que nos mudemos al mundo, por lo que propongo, asimismo, comenzar a ver este viaje desde el principio.

Una vez que una nueva vida se instala en nosotros, bien sea como una idea o como una realidad, comienzan a volar en nuestra imaginación, nuestras expectativas sobre la crianza: seré como mi madre, repetiré estas tradiciones, no caeré en ese error, jugaré tal cosa con mis hijos como hacía mi padre, etcétera. Lo que nunca podemos practicar es lo que verdaderamente ocurrirá en nosotros una vez que ese ser nos toque, para cambiarnos de ahí en adelante y para siempre.

El instinto nos invita a cuidarnos más, a prestar más atención a las señales de nuestro cuerpo, a respetar sus llamados y, quizás por primera vez, a complacerlo en la mayoría de sus peticiones. El cuerpo, ese noble instrumento que nos ha llevado y traído, ahora nos recuerda que no solo es nuestro estuche, sino también el de la nueva vida que estamos gestando. Comenzamos entonces a agradecerle y a considerarlo como algo que debemos proteger.

La primera vez que sentimos la vida moverse en nosotros confirmamos el milagro del que somos capaces. En ese instante se confirma lo que ya sospechábamos, pero teníamos guardado: ¡tenemos el poder de llevar dos corazones latiendo adentro a la vez! Estoy segura de que esa primera vez que vimos el latido o esa primera sensación de movimiento en nuestro interior se queda grabada para siempre en nuestra memoria emocional. ¡Vamos a ser papás!

Transcurre el embarazo y nos convertimos en un pararrayo de información y buenas intenciones. Llueven sobre nosotros sabios consejos, sabiduría popular y verdades ancestrales en forma de instrucciones, recomendaciones y hasta alertas. Las fuentes de conocimiento se convierten en nuestro día a día. Si en el sentido metafórico, somos adultos despiertos (no niños a punto de convertirse en padres), sintonizamos más con esa voz interior llamada instinto que nos va guiando por esta senda desconocida que queremos descubrir. Si por el contrario, somos niños saltando a la maternidad/paternidad, seguiremos poniendo todos los huevos en la misma canasta; es decir, en los especialistas, libros, consejeros, profesionales, amigos, familiares y personalidades que nos hagan sentir acompañados, por un afuera que pareciera tener todas las respuestas y saber más que nosotros sobre una actividad para la que estamos diseñados, aunque para la que no todos tenemos talento: ser padres.

Te invito a detenerte y a pensar en este momento en la persona que eras cuando recorrías tu embarazo -aunque seas papá, siempre fue y será ‘tu embarazo’. Muy probablemente, al igual que yo la primera vez, tenías temor de hacerlo bien, dudabas de tu capacidad de cuidar a una persona que te iba a necesitar para sobrevivir y ponías afuera las respuestas que siempre estuvieron dentro de ti. La maternidad me sorprendió siendo una niña que preguntaba todo, para tratar de comprender racionalmente lo que estaba a punto de pasar. Por más que trataba de prepararme, nada me parecía suficiente para aquello grande y avasallante que sabía que se acercaba cada día. Al igual que tú, desconfiaba de mí y buscaba referentes que ‘lo hicieran bien’ para seguirlos, sin valorar que al lado tenía a mi madre y a mi suegra, que lo habían hecho tres veces cada una y que de su ejercicio me había construido yo y el hombre que había escogido para emprender este viaje conmigo. Me tomó un buen tiempo subirle el volumen al instinto y bajarle la intensidad a las voces externas. Cada vez que me proponía corroborar si ese sexto sentido estaba en lo correcto, tomaba pequeños riesgos, como escuchar el llanto de mi bebé, sin nerviosismo, para poder traducir su mensaje; terminaba sonriéndome a mí misma pues sentía que había conquistado un peldaño más en la escalera hacia la adultez.

Ahí estaba yo, una niña de 27 años ya casada, llevando una casa, embarazada y llena de ganas de ‘hacerlo bien’, pero también llena de temores y dudas. Así comenzamos con nuestro hijo el feliz experimento de ser padres por primera vez.

Acompañarnos en grupos de nuevos padres, bien sea bajo el nombre de curso prenatal o el que sea, es una enriquecedora manera de transitar este período y acercarnos a algunas respuestas que resuenen con nuestra realidad. Esas personas, al igual que nosotros, llenarán el silencio con sus preguntas y nos acompañarán, consciente o inconscientemente, a buscar más calma para nuestra ansiedad. Esto por supuesto, sí y solo sí, es nuestro deseo sincero sintonizar con la paz que puede traer un embarazo. Otra vía posible también es -y como hice durante el primer período de mi primer embarazo- infoxicarnos (intoxicarnos de información) para buscar ‘las respuestas’ alimentando nuestra ansiedad y necesidad de control.

Con la maternidad he aprendido que, afortunadamente, no podemos y no debemos, por la salud emocional propia y de nuestros hijos, controlarlo todo. La necesidad extrema de dominar todas las variables nos hace trazarnos un plan, generalmente, desapegado de la realidad, que pocas veces podremos cumplir a cabalidad y que siempre nos dejará el sin sabor de la frustración. Es por esto que contactar con los posibles cambios de planes y ser flexibles ante lo incontrolable, nos garantiza una mejor capacidad de adaptación y de respuesta ante los cambios de bitácora que, seguramente, tendrá el destino guardado para nosotros. Así mismo, tampoco controlamos cada detalle de nuestro embarazo, pero si tomamos la decision consciente de darnos lo que necesitamos durante este delicado período, podremos fluir e incluso, disfrutar el proceso».

Fuente Estampas

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Originally posted 2016-11-14 16:03:53.