Antología de autores venezolanos

Notes

Antología, autores venezolanos, literatura

Con motivo del cierre de su columna de tres años, Violeta Rojo presenta una breve selección de las minificciones escritas por narradores venezolanos que fueron publicadas en este Papel Literario

Tiempos modernos / Alberto Barrera Tyszka

Sentado sobre las raíces de un árbol de caucho, Tarzán recuerda mejores tiempos: “Ah, aquellos años en Londres. Los dedos de los hielos tocando la memoria ocre del whisky, el rencor paciente del Támesis, los cuerpos de las muchachas siempre de regreso a casa”.

Pero todo debe continuar, la vida es solo un río oscuro, tan lleno de bananas y lagartos, tambores, ciudades perdidas, tribus salvajes detrás de la sonrisa amable de cualquier señora que vende boletos en una sucia sala de cine (Detroit, Lima o Berlín)

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Ramos Sucre se prepara para ir a trabajar a Ginebra / Juan Carlos Chirinos

La pistola sabía a óxido. Estaba vieja, pero fue la única que le dejaron pasar en la aduana porque el funcionario pensó que no representaría ningún peligro y, en todo caso, parecía de colección. Eso sí: nada de venenos.

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Genealogías / Miguel Gomes

Si hubieses nacido en Grecia, ya serías mitología: el color de ojos de tu abuela; la frente y la nariz de tu padre; la boca de tu madre; las orejas y el cabello, obviamente, de tu tía (que en paz descanse).

Lo más difícil será averiguar si te pareces a ti mismo o si eres, más bien, el monstruo de todos.

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La buena noticia / Jorge Gómez Jiménez

La buena noticia era una noticia pequeña, frágil, sensible, una noticia que volaba pasajera del insomnio.

Ni siquiera era una noticia demasiado buena, solo carecía de malicia, teñía un par de sonrisas y se ensimismaba en un ovillo hasta que alguien la recordaba y la decía.

La noticia murió vieja de horas. Ni siquiera fue una noticia, la tarde en que un santiamén la observó y la apuñaló con tres auténticas, relucientes y muy buenas noticias.

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El método deductivo / Gabriel Jiménez Emán

Al abrir el periódico, vio que el asesino le apuntaba desde la foto. Lo cerró rápido, antes de que la bala pudiera alcanzarle en la frente. Dejó el periódico a su lado, todavía humeante.

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Cuaderno / María Celina Núñez

Durante varias semanas he estado mirando el cuaderno con la esperanza de escribir. Creo que si supiera cómo poner mi cabeza en juego, el bolígrafo correría ligero sobre las hojas.

Anoche soñé que cruzaba los límites entre tu lugar y el mío, y llegaba hasta tu puerta. No toque, por supuesto. Aun puedo reconocer, incluso en sueños, mi condena de clandestinidad.

Hay algo morboso en este ritual de aproximación y distancia: rodeo el cuaderno como a un muerto; él no me responde, tú tampoco.

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Cinefilia / Tomás Onaindía

Era un cine de barrio que cambiaba la programación todas las semanas. El acomodador conocía a la pareja desde hacía treinta años por lo menos. Habían envejecido juntos. Por eso, cuando el hombre murió, no se extrañó de que su viuda siguiera acudiendo a la sala durante algún tiempo, el necesario para, puñado a puñado, esparcir las cenizas del difunto aprovechando la oscuridad. Luego nunca más supo de ella.

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Cacería / Ednodio Quintero

Permanece estirado, boca arriba, sobre la estrecha cama de madera. Con los ojos apenas entreabiertos busca en las extrañas líneas del techo el comienzo de un camino que lo aleje de su perseguidor. Durante noches enteras ha soportado el acoso, atravesando praderas de hierbas venenosas, vadeando ríos de vidrio molido, cruzando puentes frágiles como galletas. Cuando el perseguidor está a punto de alcanzarlo, cuando lo siente tan cerca que su aliento le quema la nuca, se revuelca en la cama como un gallo que recibe un espuelazo en pleno corazón. Entonces el perseguidor se detiene y descansa recostado a un árbol, aguarda con paciencia que la víctima cierre los ojos para reanudar la cacería.

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Serpiente / Lennis Rojas

Es de noche. Estoy en la calle y es tarde. Solo llevo puesta una dormilona de algodón. Estoy a cuatro cuadras de mi casa, pero es tarde y tengo miedo. La calle tiene un movimiento inusual de gente que camina apresurada y mira a los lados. Bosquejo mi ruta a casa. Cruzaré la avenida y bajaré por la Iglesia frente a la Plaza, caminaré la cuadra del antiguo Concejo Municipal y doblaré en la esquina hasta la funeraria. Allí bajaré y antes de una cuadra habré llegado. No es lejos, pero un frío me sube desde la cadera hasta la nuca.

Voy a cruzar la avenida y lo veo venir. Sé que me hará daño e intento apartarme de su trayecto, pero no lo logro. El brillo es más rápido que yo, que apenas atino a sostener su mirada, su sonrisa de ojitos pequeños, su cicatriz en el pómulo. En el aire de la noche se dibuja una serpiente de plata. Me duele el vientre, siento el cuchillo deslizarse de izquierda a derecha. Lo saca y se va. Me quedo en medio de la avenida mirando mi dormilona rota empaparse. Abro la boca para gritar y despierto en mi cuarto. Está oscuro, pero pronto distingo las formas. Sudo. Me duele en la garganta el grito que se quedó atorado y me duele el vientre. Meto la mano bajo las sabanas y siento la sangre empapando mi dormilona rota.

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Lo de siempre / Fedosy Santaella

―Te advertí que te amaría hasta la locura –dijo A sonriente.

―Sí, hasta mi locura –respondió B y se lanzó por la ventana.

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Políticamente correcto / José Urriola

Él es un hombre políticamente correcto. También, es verdad, un psicópata asesino. Pero antes que nada es un tipo políticamente correcto. Por eso es que apuñala exclusivamente con tijeras punta roma, no desuella nunca un cuerpo sin sus cuchillos planos para untar, y jamás será vaciada por él una cuenca ocular sin sus cucharitas plásticas de fiesta. De ignorantes malagradecidos está plagado este mundo infeliz, piensa pero sin decirlo.

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La llamada / Eloi Yagüe Jarque

¿Y si tú fueras caminando por la calle y se te ocurriera detenerte frente a un teléfono público y marcaras el número de tu casa y respondiera tu propia voz al otro extremo de la línea?

Fuente El Nacional

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