Antolín Sánchez, antología, editorial, libro, colección, fotografía
La editorial La Cueva publicó a finales de 2016 se segundo libro de la colección Premios Nacionales de Fotografía. En esta entrega la experiencia del artista cobra sentido en una exploración visual de su trayectoria entre lo analógico y digital
“Amarillo Kodak” se ha divertido diciendo el fotógrafo Antolín Sánchez (1958) cada vez que sostiene en alto su libro. Ese que lleva su mismo nombre y que es parte de la colección Premios Nacionales de Fotografía de la editorial La Cueva. Ese que, más que una antología, es un recorrido visual por el trabajo de este artista a través de los años y de las técnicas.
Una vez más La Cueva toma la obra de un reconocido fotógrafo venezolano y reúne su trabajo en una cómoda, elegante y hermosa publicación de enorme calidad. Además de la gran cantidad de fotografías, el libro apuesta por la proyección internacional e incluye un prólogo escrito por Keila Vall, antropóloga, y traducido por Gabriela Gamboa. El texto comienza a dar las pistas de un recorrido a través de las series fotográficas que consiguen un hilo conductor en la construcción de narrativas complejas en las que cada imagen ofrece “múltiples lecturas y evidencian siempre preocupación por la búsqueda existencial del ser”.
La razón de ser de Antolín Sánchez, sin embargo, no se concibe en esa complejidad –al menos no en un primer estado–, sino que se desenvuelve desde el juego: “La finalidad primordial de mi actividad fotográfica de autor es lúdica. Desde mis primeras imágenes ese fue el objetivo, crear para recrear, y a esta intención he permanecido fiel. Todos los contenidos estéticos, políticos, humanísticos o de cualquier otra índole presentes son secundarios por no decir accidentales”. No por esto las fotos abandonan un fondo conceptual puro; al contrario, es en la búsqueda del significado que se consigue la más satisfactoria de las miradas: esa que ha descubierto la travesura del autor.
Antolín Sánchez –el libro– es un portafolio. Un “discurso en movimiento”. Es el tránsito entre los paisajes urbanos y rurales, entre el pixel y el grano. Es lo clásico y lo moderno en armonía. Los extremos estéticos no se enfrentan sino que conviven, se transforman naturalmente a medida que el fotógrafo avanza en el tiempo, entre los espacios, y a medida que –también– se apropia de las nuevas técnicas fotográficas.
Página tras página se puede apreciar que lo digital cobra enorme valor en el trabajo y va evolucionando con el dominio de la técnica. La manipulación de las imágenes se vuelve herramienta clave en la búsqueda del autor. Es su mirada, su manera de apropiarse de lo externo: “Lo que tomo es una realidad que intenta ser fiel más al espíritu que a la formas en que generalmente se exponen. No estoy tratando de hacer documentalismo clásico; no me da miedo que se noten las manipulaciones. Los escritores re-escriben, tachan, borran… entonces por qué los fotógrafos no podríamos volver sobre la imagen y retocarla o transformarla”.
El diseño de este libro es excepcional –como lo fue también el de su predecesor, Joaquín Cortés–. Una composición en contra de cualquier estricto orden cronológico consigue elevar la emotividad que acompaña al lector desde esa primera foto, de la serie “Gracias, ánimas de Guasare”, que data de 1981 a través de los viajes del fotógrafo, de sus pesquisas, de sus ocurrencias, hasta descubrirlo frente a su propio reflejo en un “Autorretrato” de 1987. No han pasado solo 6 años, ni ha terminado tampoco su juego. Es una historia sin fin que, cual personaje de ficción, abandona las clásicas líneas temporales. Así, el recorrido comienza en la década de los 80, se adelanta a la entrada del segundo milenio, vuelve a 1975, se asoma en el 2016 y, finalmente, cierra esta historia tan cerca del inicio que revela el gracioso ciclo al que se somete el fotógrafo: el de la vida propia.
La amplia selección en Antolín Sánchez sigue, quizá, una organización más temática que temporal, o incluso estética. El blanco y negro domina ante un color que se cuela y rompe, pero no desestabiliza. Todo sigue su rumbo. Las distintas series fotográficas –“Tarot Caracas”, “Gracias, ánimas de Guasare”, “Ausencia”, “La caída de Babilonia”, “en B”, “Montaña en exilio”, “Paisajes metafísicos”, “Paisajes acuáticos”, “Vaya, valla”, “Pix”, “Bajo tierra”, “Fotonovela El vacio”, “La trampa”, “Un asunto de Estado”, “Umbra”, “La naturaleza pictórica de la naturaleza”– se despliegan jugando también con las dimensiones y los formatos. Horizontal, horizontal, vertical. Rojo. El ojo se ríe ante la imagen que le sorprende.
Para comprender a Antolín Sánchez es necesario olvidarse de las obligaciones que la fotografía latinoamericana ha asumido frente al mundo. Al igual que Sebastião Salgado, este artista no tiene una intensión de justicia social, no quiere capturar la realidad irrefutable. Sus fotos persiguen un objetivo meramente estético. Él es un “aprendiz de lo salvaje”, un arqueólogo que redescubre las imágenes y que disfruta de reconstruirlas a su propio antojo. Ese es Antolín Sánchez, Premio Nacional de Fotografía año 2000. Y esta es su obra: un hermoso libro con portada “amarillo Kodak”.
Fuente El Nacional
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Originally posted 2017-02-02 15:32:23.